Dani Llamas acaba de publicar A Fuego (Wild Punk Records), segunda ocasión en que abraza el castellano para reinterpretar sus raíces andaluzas haciendo uso de bastimento eléctrico. Hablamos con un músico en estado de gracia, que ha pasado del “busca y destruye” a construir una voz propia y totalmente insólita.
El disco es, otra vez, valiente y arriesgado. ¿Qué esperas de él?
Todo lo que esperaba de él ya me lo ha dado. Adentrarme en un camino de aprendizaje, ensanchar horizontes, conocer y respetar unas reglas para luego saltármelas. Es un regalo. Poder redefinirte, mudar la piel. Es lo máximo que cualquier artista puede esperar de una obra. Si no, puedes caer en la repetición, el aburrimiento y la autocompasión.
Se anunció como EP y ha acabado siendo una obra mayor. Siendo La Verdad un salto sin red, este parece más pensado, la confirmación de lo planteado en aquél. ¿Ves esa evolución?
La clave fue el directo. La Verdad tenía 10 canciones y necesitábamos 6 más para hacer un repertorio consistente en castellano. Surgió la idea de hacer un EP de palos flamencos, pero con los retrasos de fábrica de vinilos de 2021 pensé que si me ponía las pilas podría convertirlo en un LP. A Fuego es el paso natural. Me propuse construir canciones a partir de palos flamencos, pero usando recursos de rock para vestirlas (punk, garage, surf). Luego están el juego de espejos con los diversos palos; los textos, originales míos; el sonido, como el abuso del eco de cinta en las voces, que tiñe de psicodelia todo el disco…. Es más complejo que La Verdad. Va mucho más allá.
Dices que atravesaste un período de estudio y experimentación. ¿En qué consistió?
El flamenco es inabarcable y la relación que tengo con él es muy satisfactoria. Cuanto más conozco, más se abre ante mis ojos y más ganas de conocer me entran. A Fuego es una suerte de antología rockera de palos flamencos. Para seleccionarlos me serví de antologías antiguas. El método está basado en la experimentación con los cantes y las melodías. A veces había que extraerlos y ponerlos sobre una cama rítmica absolutamente distinta. Y aún así, seguía funcionando. Piensa en una seguiriya. Sacar el cante de su pauta rítmica y ponerla en un 4×4 de rock misterioso y que siga haciendo daño… Ha sido una maravilla.
Siendo de Jerez, cuna del flamenco, y con pasado punk, ¿en qué momento empezaste a notar esa música como “tuya”?
Creciendo en el Barrio de Santiago, y con tu mejor amigo de San Miguel, no puede evitarse el roce. Hacer un grupo de rock en inglés era la respuesta lógica a lo hegemónico. Solo con el paso del tiempo, con los viajes (de cuerpo y alma) y viviendo fuera de tu tierra, te das cuenta de la importancia de la música de tus raíces. Al reconectar con la música de tu infancia, recuerdas comentarios que hacían tu abuelo o tu madre. Con más de 40 años ya tienes un bagaje y una visión. Puedes deleitarte, sentir que te pertenece y filtrar lo que escuchas.
¿Qué papel han jugado los músicos en esta ocasión?
Es injusto que estos proyectos lleven tu nombre en grande en portada, porque no todo el trabajo es mío. Yo tengo claro por donde tirar, pero me encanta dejar espacio para la creatividad de cada músico y la mano de los productores. Trabajo con la misma banda que en La Verdad, son en los que más confío y mis mejores amigos. Con Rafa y Paco monté GAS Drummers en 1998. Catu ha sido mi teclista desde mi debut en solitario y somos amigos desde 1994. Mateo pertenece a esa generación jerezana que nos hizo descubrir a Moving Targets o Celibate Riffles. La llegada de Sebastián Orellana para el directo le convirtió en uno más y aporta además su magia como coproductor. Es insultantemente joven para la clarividencia que tiene. Cada pieza ha actuado libremente y se nota. Juano Azagra, The New Raemon y Rosario La Tremendita suenan a sí mismos.
Tu voz suena libre y desgarrada. Es uno de los fuertes del álbum. ¿Cómo has alcanzado tal confianza?
Es el valor más importante del LP. Al cambiar inglés por castellano no se trata solo de cambiar el idioma, sino de reencontrar tu voz. Con La Verdad ya teníamos el trabajo medio hecho. Ahora somos más honestos. Al final se trata de cantar como hablas. Yo no soy un cantaor y esto no es flamenco, pero tiene que sonar a mí. Quiero pensar que tengo cosas que decir, que poco a poco voy consiguiendo soltarme y decirlas tal y como las siento.
Acercarse al flamenco debe implicar una pasión de la que, en mi opinión, el pop carece. Una intensidad que el rock sí es capaz de proveer. ¿No crees?
Entiendo lo que dices, y puede que tenga sentido. Mi teoría es que el flamenco es una música viva que puede servir de materia prima para hacer canciones actuales, del género que sean. Nadie custodia sus llaves, nos pertenece a todos, y debemos verlo igual que los anglosajones ven el blues o el country.
Texto: Marce Becerring