Schizophonics son un espectáculo, en toda la extensión de la palabra. Su capacidad de entrega, de convicción en lo que hacen, de vivir las notas que salen de sus instrumentos, los convierten en una banda especial. Cierto que sus referencias sonoras tienen poco de innovadoras, que se limitan a recoger una tradición, la que une MC5 y el garage, y adaptarla a su terreno, pero tienen el sonido, la actitud y las canciones para hacer que todo funcione. No son el futuro del rock and roll en cuanto a propuesta sonora, pero sí en cuanto a convicción y entrega.
Partiendo de ahí, el concierto de Madrid, como supongo que los del resto de la gira española, fue arrollador. Una celebración en toda regla, con una banda convertida en una apabullante máquina destinada a que su público lo pasara bien. Si esa noche Pat Beers, su cantante y líder, hubiera participado en un maratón, la habría ganado: no paró de agitarse, de recorrer el escenario, de arrojarse al suelo y levantarse como un resorte. No estaban presentando su último y estupendo (como el anterior) disco, del que sonaron pocos temas, ni tampoco un repaso por su carrera, sino una simple y llana juerga.
Texto: Esteban Hernández
Fotos: Salomé Sagüillo