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Ryan Adams – Shubert Theatre (Boston)

 

Foto: Bill Edgar

Tres años sin conciertos de Ryan Adams, más allá de modestos directos vía Instagram. Cuatro discos desde entonces, uno publicado apenas unos días antes del concierto, con poca distribución, nula repercusión en los medios y una pesadísima carga encima por las acusaciones relacionadas con el #MeToo que han hundido la carrera y reducido las ventas de los últimos discos del cantante de Jacksonville a unos pocos incondicionales. El concierto de Boston se enmarca en una gira de sólo cinco fechas por la costa Este después de pedir perdón por su comportamiento pasado, unos meses de sobriedad y de apoyo profesional para recuperar lo que a ratos parecía un cantante roto, con vaivenes emocionales que compartía en sus redes sociales y que hacían presagiar lo peor unos meses atrás. Si en NYC anunciaba sold out, el teatro Shubert presentaba algunos asientos vacíos, pero un largo y cerrado aplauso recibe a un Ryan Adams que parece dubitativo en los primeros compases, aunque con ganas de agradar al público y agradecer la fidelidad. Luces muy bajas en tono azul oscuro, rodeado sólo con seis guitarras, entre las cuales la Harmony F70 reconocible por los colores de la bandera americana y un piano que no tocará en toda la noche.

Foto: Xavier Amores

Tres horas y más de treinta canciones, que suenan más crudas, tristes y desamparadas que nunca, desprovistas de todo artificio. Como contrapunto al cancionero, Ryan Adams se muestra de buen humor, toca el tema de la serie “Cheers” que en Boston es casi un himno, saluda a los asistentes que llegan tarde, improvisa un divertido “Japanese Priest”, reinicia varias veces canciones hasta encontrar el tono adecuado de voz, el ritmo de la guitarra o el sonido de la harmónica preciso entre comentarios jocosos, hablando y bromeando con el público. El concierto tuvo como nota sorprendente la reproducción completa de los discos “Ryan Adams” y “Prisoner”, que probablemente causó cierto desasosiego en parte del público que esperaba una selección de lo mejor de sus veinte discos publicados.

Las canciones más celebradas se esparcieron en el inicio del concierto con un enorme “Oh My Sweet Carolina” y recuperando “16 days” de su antigua banda Whiskeytown, un inspirado “Gimme Something Good”, el retorno tras una pausa con “When the stars go blue” o “Answering Bell” antes de reproducir “Prisoner” que arrancó con mucha fuerza y fue de bajada después de “To be without you”. Y es que la parte final acusó las dos horas de concierto acumulado, acompañado de una cierta falta de ritmo, hasta llegar a la versión de “Stove” de los bostonianos Lemonheads y un cierre habitual en sus conciertos, “Come Pick me up”, que sonó tristísima y emocionante con un Ryan Adams repitiendo lánguidamente I wish I could hasta casi desaparecer.

Texto: Xavier Amores

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