Camisa negra y flecos blancos. Uno tiene que estar muy seguro de sí mismo para vestir así. Y aún más seguro tras hacer que tu grupo sea eso, “tu grupo”. Del Wolfmother que nos voló a todos la cabeza a principios de siglo sólo queda Andrew Stockdale porque Wolfmother es Andrew Stockdale. Su proyecto y punto, y seguirá siendo eso, el grupo de un músico que sabe que es tan bueno que le da igual quién le acompañe en su objetivo. Y teniendo claro eso el concierto en el Kafé Antzokia era la mejor oportunidad de poder valorar en directo si los australianos seguían sonando como en aquel Azkena de 2006, en el que volaron a todo el mundo la cabeza.
Pero antes, para calentar al público, tomaron las tablas los riojanos Messura. El cuarteto defiende que el directo es la verdad de cada banda y nos quisieron enseñar la suya, ojo, con una presentación sónica impactante entre la Intro inicial y “Soma”. Pero como suele pasar con muchos grupos que fluctúan entre las etiquetas Indie y Power Pop o Hard Rock de otras décadas, pues uno sabe con qué carta quedarse. Cuando le dan fuerte le dan muy bien. Hubo algún tema poderoso y enganchante (“Mienten”) pero cuando toca el momento introspectivo pues vaya… esas subidas y bajadas de furia y calma, intensidad y melancolía, suelen confundir. Con “Carnaval” hubo de todo, la canción más veloz de su actuación, poco más de cuarenta minutos en los que se echó en falta escuchar la voz de Diego M.Continente (baja y sin entenderle nada salvo momentos puntuales). Con “Invertebrados”, un gran tema con una letra realmente coreable y el lanzamiento masivo de discos hacia el público finalizaba una actuación que dejó a medias en general.
Y a partir de ahí todas las miradas se fijaban en el líder, único líder por siempre jamás, de Wolfmother. Tras su disco homónimo de debut quién más quién menos veía en el trío australiano “The Next Big Thing”, pero eso únicamente era el ego de Andrew Stockdale que, por otra parte, tiene talento para regalar. Y tonto no es pues basó casi toda la actuación en lo que la gente quería escuchar, sonando diez de los doce temas de su primer trabajo. Abriendo con “Dimension” con un sonido arrollador (ojo, que no venía de los amplis pues tocaron sin ellos y con simuladores) y con el “New Moon Rising” del “Cosmic Egg”, con el público ya enganchado. Claro, si la tercera canción es “Woman” pues para qué decir nada. El amigo Andrew tenía a la audiencia ya atrapada en su maraña (y no me refiero a su pelo) de riffs y ritmos pesados. El trío metió ritmo de locomotora (con momentos puntuales de lucimiento para sus compañeros de viaje) y el vocalista seguía cantando con unos tonos altísimos de voz sin atisbo de bajarlos, vamos, que cómo canta el tío.
El nuevo single “Midnight Train” junto a “Glorious” (muy coreada) y la barbaridad de “Colossal” (esa es la perfecta definición de cómo sonó) seguidas dieron paso a una serie de temas en los que todo sonó bastante parecido y plano, la clásica travesía por el desierto por la que muchos grupos han pasado en sus directos. Pero aún así la calidad de sonido (y de canciones) de esta gente es una barbaridad. El punteo armónico inicial de “Pyramid” fue un aviso de que había que prepararse para un meneo total. Y de aquí al paroxismo. Puedo jurar que vi algunas caras de horror en las primeras filas cuando Stockdale comenzó a exprimir su guitarra con el Hit por excelencia de Wolfmother, “Joker and the Thief”. Hacía mucho tiempo que en el Antzoki no se veían esas olas de gente descontrolada (aún a pesar de la rotura de una cuerda de su guitarra, cambiada con la máxima celeridad posible cual mecánicos de Fórmula 1) y poseída por la electricidad.
Y con cara de satisfacción el trío abandonaba las tablas, para volver en tres minutos y tirar de un corto bis con dos temas, cerrando su actuación con “Love Train” para hacer 18 en total. No puedo negar que si hubieran tocado estas dos canciones antes y acabado con su temazo pues el sabor de boca hubiera sido mejor. Pero aún así, vaya ochenta y tres minutos de actuación. Sudando y medio sordos pero felices. Así es como se sale de un concierto.
Texto: Michel Ramone
LA RIVIERA (MADRID)
Al fin sucedió, y mira que durante mucho tiempo parecía que nunca iba a pasar. Tras dos años de obligada espera, Wolfmother actuó ante una Riviera a rebosar y cercioró que, incluso –o sobre todo- en esto del rocanrol, en la sencillez reside el gusto. La banda liderada por el pelocho Andrew Stockdale, demostró en poco más de hora y media que no se necesita inventar mucho para encender a un público que, todo hay que decirlo, estaba por la labor de dejarse excitar con suma facilidad.
Aunque el que escribe estas líneas nunca había visto a los australianos en directo, he de decir que sabía perfectamente a lo que iba cuando entré en la mítica sala y quedé más que satisfecho cuando salí de ella. De Wolfmother no se puede argumentar en absoluto que sean originales. De hecho, todas sus canciones suenan a algo que ya has escuchado antes, ya sea en forma de Zeppelin, de Sabbath o hasta de Pixies te diría. Tampoco hablamos de una banda que pasará a la historia, como tampoco su concierto de anoche. Fórmula rápida y eficaz, pá que andarse con rodeos. Hemos venido a divertirnos y divertirnos nos hemos divertido un cacho.
El trío sale a eso de las 21:15h al son del Foxey Lady de Hendrix y se pone en sus puestos. Con un look muy setentero en los que las camisas de estampados y las chupas con flecos destacan por encima del resto, Dimension y New Moon abren un concierto que, como hemos dicho, lleva dos años esperando ese momento. Desde el primer riff, el recinto será una orgía de cervezas volando, pogos y cuernos al aire. Más aún con la actitud ramonesca del grupo, es decir, un tema detrás de otro sin apenas interactuar con un público que tampoco es que lo necesite.
A la tercera canción suenan los acordes de Woman y ya sí que adiós al miedo, a la seguridad y a todo lo que nos recuerde lo poco libres que nos han obligado a ser. ¡Qué temazo, por favor! Qué guitarra, qué estrofas y, fundamentalmente y aquí barro para casa, qué batería. Es que parece que nunca va a dejar de subir, como una cometa sin cuerda. Un hit de los pies al mástil. Y después de esto, ¿cómo mantener el listón? Quizá ahí reside el gran problema de una banda como Wolfmother. El momento efusivo lo dominan a la perfección, pero lo verdaderamente complicado, o lo que siempre he valorado, es el grupo que sabe jugar con los tempos. Un concierto tiene que ser como una ola que te sube y que te baja. Que te sacude en su interior para después lanzarte contra la arena. Lo que pasa es que si en todo momento uno se tira dando vueltas en el tubo que forma, es muy posible que al final acabe mareado.
No sé muy bien si se entiende el simil, pero básicamente vengo a decir que no variar el mood en todo el concierto puede resultar pelín cansino, y entre Woman, Vagabond y Joker and the Thief, los tres grandes éxitos de Wolfmother, hay una serie de temas que hacen su papel de acompañamiento, y ya. 90 minuti con el mismo ritmo pueden ser molto longos, y anoche durante un tramo así fueron.
Pero, en resumidas cuentas, una velada divertida y resolutiva, que confirma a Wolfmother como carne de festival. Un evento que cumplió las exigencias del sudado respetable y que, no me cansaré de decirlo, nos devuelve la alegría y la exaltación que solo los conciertos de los que tanto tiempo nos han privado pueden provocar.
Texto: Borja Morais
Razzmatazz (Barcelona)
Arrancaron puntuales los egarenses Wicked Dog para interpretar una selección de su álbum debut, con derroche de actitud tanto en el plástico como sobre el escenario. Era ésta su primera actuación en la sala barcelonesa, dato que hubiera pasado desapercibido por la solvencia de su ejecución. Se notaba que su motor era la ilusión por lo que estaba ocurriendo, y es que ésta era contagiosa, como el ritmo de «Strawberry Cheesecake» y «Banana Suicide». Sorprendió «Wicked Love Blues» y «I’m Not Into Metal Anymore», para la que invitaron a un joven baterista cumpleañero que suplió al original durante una lesión para permitirles continuar con los ensayos. Voluntariosos pero efectivos, aprovecharon la ocasión para divertirse y hacer lo propio entre los asistentes, dejando huella en nuestra memoria.
Tan pronto como hubo acabado el recital de los de Terrasa, Wolfmother pisaban las tablas tres años después de su última visita. Pese a no agotar entradas disfrutaron de un público entregado para el que brindaron un repertorio apoyado en su gran mayoría en aquel fantástico y ya lejano álbum debut. La inicial «Dimension» dio paso rápidamente a «New Moon Rising» y ésta a su vez a la celebradísima «Woman». Andrew Stockdale se dejaba acompañar para la ocasión en formato trío –recordando la formación original– por Hamish Rosser a la batería y Bobby Poulton al bajo y las teclas, ambos de intachable reputación.
Las siguientes «White Unicorn» y «Apple Tree» confirmaban que era ésta una noche de rock’n’roll para gozar. La voz, tan reconocible como impecable, y la potencia de la guitarra, elevarían el escenario a cimas alcanzables por muy pocos. «Victorious» y «Feelin’ Love» encontrarían su espacio, pero rápidamente regresaría el «Colossal» ruido que tantos adoramos de estos australianos. «Joker & The Thief» ponía el broche de oro, provocando el éxtasis y la locura entre la gente. Nadie quería que la noche terminara y el trío no pudo evitar regresar a escena para interpretar «Rock Out» y «Love Train» antes de, ahora sí, despedirse con una merecida ovación. Stockdale y sus dos escuderos prodigaron simpatía y agradecimiento, también minutos después dejándose ver en los bares de alrededor donde se prestaron para tantas fotografías como hiciera falta. Bonito recuerdo para complementar una noche de bolazo ya de por sí inolvidable.
Texto: Borja Figuerola