Scott Mickelson, por hacer las presentaciones a aquellos que no les suene, es un músico y productor con base en San Francisco de carrera más o menos reciente (su primer disco, Flickering, data de 2015) cuyas canciones, en acertada definición de la Alternative Press Magazine, encontraríamos en la hipotética cubeta de un “american folk-rock with a post punk edge”. Es decir, otro de esos cantautores airados y comprometidos, enmarcado en una línea temporal que iría desde Steve Earle hasta Austin Lucas, grosso modo. Música de raíces, sí, pero de las que surgen retorcidas a la vista desde un suelo removido por demasiados temporales.
Y con este, su cuarto trabajo, incide en ese cabreo y denuncia desde el seno de una América recién salida del trumpismo. El (des)control de las armas, las desigualdades sociales y el frentismo abierto a raíz de la pandemia y los populismos son algunos de los temas a los que Mickelson no pone paños calientes. Canciones como «Go To Bed Hungry» o «Murder of Crows» se explican desde su propio título. Más detalles, en cualquier caso, los ofrece él mismo hablando de la segunda: “A medida que se desarrollaba la pandemia, quedó dolorosamente claro que había dos puntos de vista opuestos sobre cómo, como nación, podíamos contenerla. Se trata de ciencia y razón versus desinformación y creencias culturales. En «Murder Of Crows», muestro ambos lados”.
Lírica aparte, es la de Mickelson una música que –sin evitarla- trasciende la categoría antes mencionada para incluir números de rock puro y duro (magníficas «Ithaca» o «Die Trying») y ciertos destellos de un jazz funk (esa «Chicago Transit Authority») tras los que no cuesta encontrar influencias de Blood, Sweat and Tears y demás combos de los primeros setenta.
Un disco corto y directo, que supera la media hora por poco incluso revisando al final –en clave acústica– el temazo inicial, un «Unarmed American» con el que cierra un círculo oblongo en lo temático, pero prácticamente redondo en lo musical.
Eloy Pérez
