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Rock ‘n’ roll S.L. Parte I

 

Los obituarios marcan una nueva reseña para las efemérides. El luto es una oportunidad de negocio porque, en este tiempo, el negocio está en la nostalgia. La desgracia supone un momento difícil y de tristeza para unos y, por el contrario, una oportunidad para otros. Esto ocurre en cualquier sector en el que se mire. Las referencias a otras décadas, donde se priorizaba la creatividad, el descubrir nuevos artistas, ahora no es que no existan, es que se les tapa. En el caso de la música, como en cualquier otra industria, también se explota el pasado para cuadrar balances. Dejando de lado las disputas entre herederos, conflicto común en todas las familias, los derechos de autor desde que muere un compositor son una mina de oro, si se saben gestionar. Pero la maquinaria no se cierne únicamente sobre el espolio de un catálogo, las giras y los derechos de imagen, así como derechos publicitarios, suponen un monto de dinero por el que una empresa no para.

Ya en octubre de 2021, poco después de la muerte de Charlie Watts, The Rolling Stones anunciaban la retirada de sus set lists de la canción «Brown Sugar». Desde los medios y los foros, periodistas profesionales y seguidores, calificaron la decisión como un gesto de corrección política y un acto de sumisión ante la cultura de la cancelación. Sin embargo, los británicos no han hecho con esto nada que no vaya a favor de los beneficios empresariales. Los Stones son, según en qué círculos: una empresa, una religión o las vacas sagradas del rock and roll. Tres personalidades que marcan la música. Tres facciones que componen la Santísima Trinidad del rock ‘n’ roll.

Al igual que el green washing debería haber un término que fuese death washing: después de una campaña de condolencias y homenajes no se para la maquinaria: Show must go on. No hay sentimentalismos con las pérdidas en una formación, otro ejemplo es, tras la muerte de Clarence Clemons o Danny Federici, la E Street Band. Nadie se cuestionó en la E Street Band parar la maquinaria, abandonar el nombre -o cambiarlo- o dejar de girar. Los intereses comunes crean una comunidad empresarial donde las relaciones personales no son tan cercanas. Por el contrario, estos grupos se han convertido en parte del status quo corporativo, donde a algunos no les produce vergüenza hacer dinero, tampoco habría por qué sentirla, y otros eluden el tema. Todos ellos son músicos o bandas globalizados, con las mismas estrategias sobre el escenario: un repertorio con guiños a cada país, el rescate de conciertos alrededor de todo el mundo, frases básicas para encandilar a la parroquia en la lengua local, etc.

Así, otro ejemplo reciente dentro de la música popular ocurrió en 2017. A la muerte de Tom Petty le sucedería una serie de lanzamientos pautados. Esta explotación de catálogo, mejor o peor gestionada, sigue siendo un recurso económico sencillo por parte de herederos y discográficas. Después de Wildflowers & All The Rest (y su edición Finding Wildflowers) y An American Treasure y The Best Of Everything, un disco de grandes éxitos con únicamente dos temas nuevos, se relanza la banda sonora de la película She’s The One «reimaginada» a la que se añadía cuatro temas extras. Un incesante goteo de tomas alternativas y grabaciones inéditas de estudio, que no hacen sino obligar a un desembolso de dinero por parte de los seguidores; a estas alturas Petty no está por descubrir y serán sus fieles quienes realicen dicho desembolso, esto sin contar las posibles ediciones según el soporte.

Esto se resumen en recopilatorios recurrentes en donde, en el mejor de los casos, la discográfica o la editorial añaden alguna grabación en directo, como joya del lote. Reediciones por puro fetichismo, dado que en ocasiones no suponen la reactivación de la carrera del grupo o se tiene en consideración el conjunto de la obra del artista. Un ejemplo es el primer álbum de Alice in Chains que no aporta material nuevo en la edición publicada. Esto supone un grado de perversión mayor: un esclavo muerto del que solo se obtienen beneficios.

Volviendo al catálogo, las publicaciones de trabajos en vivo donde se recogen grabaciones de giras concretas, es un ejemplo del mencionado rescate de material de los archivos. Como la banda más poderosa, a nivel de infraestructura económica y empresarial se cita de nuevo a The Rolling Stones. Los británicos han rentabilizado el recurso de mostrar el mismo concierto de alguna de las giras, simplemente cambiando de lugar. Un ejemplo reciente, en una de las bandas con semejante infraestructura de multinacional, son los conciertos en Berlín y Buenos Aires correspondientes a la gira de Bridges to Babylon, y que, si se comparan con la cantidad de directos editados en los últimos años, el listado de temas apenas varía.

Las giras profesionales se ensayan hasta el detalle, por lo que caben pocas sorpresas, salvo un par o tres de canciones, que puedan cambiar de una fecha a otra. Las bandas no saltan de un formato a otro, no cambian un 80 % del set list, no alternan invitados, versiones o estrenan canciones nuevas. En especial, las bandas consolidadas o con un número suficiente de sencillos que les demanda el público, porque el interés de la gira es llenar y vender entradas, para poder tener beneficios, dando al espectador un menú cerrado. En este punto, el público demanda eso. Esto se puede aplicar perfectamente a otras formaciones como Iron Maiden o Metallica.

Llegados a esta representación del comercio, no hay que obviar la explotación de los derechos otorgando licencias para casi cualquier tipo de producto, como los artículos de merchandising, que se esparcen por distintas cadenas de ropa, ocio o restauración abarcando todos los rincones del planeta.

Porque no hay que olvidar que lo que nace en la camaradería, se convierte en sustento y empresa.

Texto: David Vázquez

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