Llevar tus discos, tus canciones, tu música, un paso más allá. Ese debería ser sagrado mandamiento para cualquier banda o artista en el momento de subirse a un escenario. Monophonics, el pasado día 4, la llevaron no uno, sino varios pasos más allá. Todos los componentes que definen su música -la elegancia, la sensualidad, la electricidad, la psicodelia- se nos ofrecieron potenciados, aumentados.
En formato de sexteto, los de Frisco se estrenaban en nuestro país en una noche de lunes fría e intempestiva, ambiente que se encargaron de caldear en pocos minutos. Y lo hicieron a través de una (re)interpretación tan virtuosa como espontánea. Tan profesional como, en muchos momentos, maravillosamente instintiva. Una base rítmica sutil, que subrayaba los tempos de manera impecable; la sección de vientos, dando cuerpo y calidez y un guitarra con el músculo justo, incluso en los momentos de más ácido desmelene. Y al frente de todo ello un Kelly Finnigan pletórico en voz y teclados, asombroso y sudoroso maestro de ceremonias en la mejor tradición del frontman de soul.
Y así, desde la inicial «Chances» (que a su vez abría su última entrega hasta el momento, el magnífico It’s Only Us y que centró buena parte del repertorio), presentando algún que otro tema de Sage Motel, su próximo lanzamiento en mayo (magnífica esa «Warpaint», se viene discazo de nuevo) y escarbando en trabajos pretéritos («Sound of Sinning», «Hanging On», «Say You Love Me»), la banda dejó al numeroso público congregado con esa sensación -tan buscada y placentera cuando la encuentras- de haber disfrutado de una banda pletórica, en uno de sus momentos álgidos.
Si hablamos de soul (aderezado con funk, rock, psicodelia y otras especias, pero soul al fin y al cabo), Monophonics son referencia a día de hoy. Son esa gran banda que solo espera un golpe de suerte -un single que lo pete, un gran festival que los fiche- para ampliar su público hasta los niveles que verdaderamente merecen.
Texto: Eloy Pérez
Foto: Celia Valero