Expectación, es poco decir. Anhelo, desespero, son términos que calificarían más acertadamente lo que habitaba entre el público ante la inminente -y extensa- gira de Cordovas por nuestro país. El eco del superlativo espectáculo que ofrecen los de Nashville ha tenido tal onda expansiva, que incluso alguien como yo, no excesivamente enamorado de ese cajón de sastre conocido como “americana”, sintió la necesidad de salir de su sofá un miércoles lluvioso en València para ver qué tiene este agua cuando tanto la bendicen.
Me recibió, al llegar, un Loco Club con cola en la puerta. Algo por desgracia infrecuente. Y más entre semana. Decididamente, el eco había hecho su faena. Aunque no hubo sold-out, como en otras ciudades, poco faltó. Y eso que, sinceramente, al entrar al recinto lo que vi en el escenario, que llevaba ya un par de minutos en marcha, no me impresionó demasiado ¿Expectativas truncadas, de nuevo? Veamos: la versión del tradicional “I know you rider” que ofrecían sonaba algo adormecida, algo ramplona, poco justificativa de tanto revuelo.
Pero, ¡ay caramba!, tras la segunda opción del setlist, un “Do more good” procedente de su último álbum, los muchachos de Pat Firstman realmente comenzaron a mostrar de qué están hechos. De repente, la canción despegó hacia la estratosfera psicodélica. Un cruce entre Grateful Dead y los Allman Brothers al que unas percusiones a lo Santana daban el toque. Lucca Soria y Toby Weaver van armados tan sólo con guitarras acústicas, pero es increíble como uno, si cierra los ojos, cree estar en presencia de Jerry García y Duanne Allman juntos en el mismo escenario. Pura raíz americana clásica con espíritu de jam session que para nada resulta caduca ni rancia. Más bien todo lo contrario: ofrece una visión clara de lo que la poliédrica riqueza musical norteamericana, si se asume con corazón y desinhibición, tiene todavía por ofrecer. Little Feat, The Band, Hot Tuna, CS&N, sí, pero también mucho, mucho más.
Pat Firstman, por su lado, es un excelente líder, mejor cantante, y uno de esos bajistas que, pese a pedir protagonismo, sabe también servir de perfecto empaste a semejante maquinaria. Porque, amigas y amigos, menuda máquina de guerra bien engrasada tiene aquí está gente. Seis bestias pardas en el escenario -el quinteto habitual más la reciente incorporación de un percusionista mejicano llamado, creo, Adrián Campos- que funcionan como un verdadero mastodonte. Hacen con las canciones lo que les da la gana.
Idas, venidas, mil golpes de efecto y mezcla de géneros que saben usar a su antojo para que el show carezca de fisuras. Hasta los más que obvios momentos en plan “everybody say Yeah” saben convertirlos en algo glorioso. ¡Qué digo! Hasta algo tan mortalmente aburrido como un sólo de batería y percusión hacen que sea a-lu-ci-nan-te en sus manos, sobre todo gracias a esa nueva adquisición que mencionaba antes. Todo un personaje, ese percusionista.
Canciones propias, como la muy coreada “High feelin’”, maridan bien junto a un buen montón de versiones, clásicos imperecederos, que demuestran que esta gente sabe lo que se trae entre manos cuando toca en un club. A la gente hay que darle mandanga. Cosas que conozcan. De esta forma, uno si quiere puede andarse por las ramas de vez en cuando. Ellos así lo hicieron y entre “Sweet home Chicago” o “Parchman farm”, les dió tiempo y ganas para marcarse una verbena latina en toda regla. Sonaron ahí “El cuarto de Tula”, de Compay y el “Oye cómo va”, de Tito Puente, para azote de puristas de gorra enroscada y deleite de librepensantes y disfrutones. No obstante, lo arreglaron consumando su generosa hora y tres cuartos de concierto (sin bises, olé ellos) con un “Truckin’”, tan fidedigno al espíritu de sus intérpretes originales, que este humilde dead-head que aquí les habla no pudo evitar echar alguna lagrimilla de emoción. Puro espectáculo, pura música y ¡oigan!, más que merecida fama y expectación. Así que no lo duden: da igual si les gusta la americana, la cumbia o el reguetón. Si pasan por su ciudad no se los pierdan. Y por favor, por favor, que alguien vuelva a abrir el Fillmore East para que esta gente pueda grabar de una vez el doble ese directo que el universo reclama a gritos.
Texto: Juanjo Frontera
Fotos: Sergio Lacedonia