Quique González ha llegado a un lugar donde los resultados de los marcadores ya no pesan tanto, no tienen la trascendencia a cuando un artista necesita estar demostrando cualidades o reivindicándose a la mínima de cambio.
González está en su propia dimensión de músico hecho a sí mismo, sin ninguna aspiración de estrella, pero tampoco ningún halo de maldito. Es un admirable trabajador de la canción. Así se pudo comprobar el pasado febrero en el Palau de la Música de Barcelona acompañado de su nueva banda, donde sobresale Toni Brunet, que también ha estado a cargo de la producción de su último disco, Sur en el valle, y la incorporación de dos teclistas: César Pop y Raúl Bernal. Sobre ese precioso escenario, se manejó como un tipo que guarda una sencilla y plausible complicidad con su música y su público, un veterano capo que, como decía en las entrevistas de presentación de Sur en el valle, quiere sonar como si fueran “viejos vagos”.
Dignidad, experiencia y calidad. Sucede y eso también lleva a un repertorio no pensado para el público paracaidista, con gran presencia de las nuevas canciones, más oscuras, envueltas en un toque crudo y crepuscular, como Te tiras a matar, Lo perdiste en casa, Luna de trueno, Tornado o Alguien debería pararlo, aunque está ofrece un horizonte instrumental de una nostalgia luminosa. Hubo mención especial para el desaparecido Rafael Berrio e inclusión de composiciones magníficas que sonaron tal como son, caso de Clase media y Los conserjes de noche.