Discomático

Hank Idory – Sentimental Jamboree (Pretty Olivia Records)

 

Vivir, como decían los Flechazos, en la era pop, no está al alcance de todo el mundo. Es un estado mental, una experiencia existencial que se tiene o no se tiene.

Uno de sus habitantes más asiduos es, sin duda, Juancho Alegrete. Un tipo ensimismado entre fotos de Brian Wilson, discos de Millennium y Badfinger, playas lejanas regadas por el sol y melodías infinitas atiborradas de coros celestiales. Una persona aparentemente normal, que cuando entra en trance, cuando “vive en la era pop”, se hace llamar Hank Idory. Sí, como el disco de Bowie.

Y bajo ese apelativo lleva ya editados dos discos que, si queréis ser felices un buen rato, amables lectores amantes del pop orfebre, deberíais descubrir. Dos discos que, además, gozan de la garantía a prueba de bomba de un sello alicantino adalid del pop más brillante y efervescente. Bajo la batuta de Javier Abad, hombre del renacimiento al que jamás nos cansaremos de reivindicar, Pretty Olivia Records apostó desde el principio por unas canciones que el madrileño afincado en València empezó a grabar poco a poco, rodeado de amigos, siguiendo los consejos de otro valenciano habitante de la era pop, Vicente Prats.

De esta forma llegó a nuestros asombrados oídos un debut que parecía la respuesta a muchas cosas. Un set de canciones, en el sentido más rotundo del término, que iluminaban todo a su paso. Que pintaban el aire multicolor, que le llenaban a uno los oídos a base de guitarras tintineantes, armonías, pequeños detalles traídos de todos aquellos discos que nos han emocionado siempre, con letras que decían de forma sencilla lo que todos queremos oír. Cero problemas, hola belleza. Eso era el pop tal como lo concibieron los grandes, ¿no?

Llega ahora, cinco años después, la esperada continuación. Difícil papeleta, sobre todo cuando las canciones de aquél debut se han asentado de forma indisoluble en el universo particular de unas cuantas personas. No demasiadas, pero casi un regimiento, que espera con avidez su nueva dosis. Pues bien, no hay más que escuchar los primeros segundos de “Nadie sabe nada”, la canción de apertura, para darse cuenta de que la espera no sólo ha merecido la pena, sino que esto podría superar con creces nuestras expectativas.

Aquél despliegue soleado y multicolor del debut se ve aquí aumentado. Todo suena mejor, todo es más. Trabajando a cuatro manos, como siempre, Juancho y su colaborador esencial y habitual, el productor/guitarrista Carlos Soler Otte, han hecho una labor digna del mejor arquitecto. El cuidado revestimiento de cada una de las canciones las potencia hasta llegar a la estratosfera. Y no hay vuelta atrás. Esa impresión inicial, ese síndrome de Stendhal,  no decae ni por un segundo: “Por primera vez”, “Mancini, tú y yo”, “Club de astronomía”, “Un rayo de sol”, “Las agujas del reloj”… dianas dignas de todo un Guillermo Tell. Maravillas, una tras otra, que nos transportan al mismo mundo, a la misma era pop, que habita su autor. Felicidad pura encapsulada en pequeñas dosis para que este mundo pandémico, traicionero y oscuro parezca todo lo contrario. Les aseguro que no hay diazepam que logre efecto tan inmediato.

Texto: Juanjo Frontera

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