El advenimiento de Pro Tools y demás herramientas de software de grabación y edición digital ha democratizado dicho proceso, haciendo posible que cualquier chaval pueda registrar música en su habitación, desdibujando la línea que separa las tareas de composición y producción con pasmosa facilidad. En ese contexto, emerge una nueva ristra de subgéneros de ascendencia urbana. Si atendemos al zeitgeist actual, estamos hablando de la música del siglo XXI. La bastardización del pop es una de las consecuencias de todos estos avances, dadas las infinitas posibilidades que estas herramientas ofrecen a la hora de modificar el audio hasta convertirlo, si se quiere, en una auténtica marcianada.
Y ahí podríamos entrar en interminables debates bizantinos, en torno a la validez o no de toda esa música de nuevo cuño. Mientras, millones de jóvenes de todo el mundo consumen música en streaming, elevando el contador de reproducciones a miles de millones. Una barbaridad. Es en ese contexto, donde podemos explicar el fenómeno Sen Senra; un veinteañero gallego que ha sabido vehicular su talento a través de todas esas herramientas, creando un lenguaje personal de pop marciano y maleable, lleno de texturas, silencios y alma. Sintética en su estética sonora (la que le es propia), pero alma.
Sen Senra es un artista prolífico, sorprendentemente maduro para su edad y con un notable cuajo artístico. Su pop cósmico de dormitorio, es delicado, intimista y cercano. Bebe de fuentes como el soul, el R&B, el trap o incluso el flamenco, regando todo ello en melodías pop altamente sofisticadas, no aptas para la parroquia más ortodoxa.
En su pase madrileño convocó a miles de personas, abarrotando la pista de todo un WiZink Center. Un público de una media de edad baja (aunque con excepciones), que coreaba las que probablemente serán las canciones de juventud de muchos de ellos. Hablamos de títulos como «Me valdrá la pena», «Un puñao de sensaciones» o «De Ti» (esta última a dúo, en este caso vía playback, con Julieta Venegas), entre otras. Canciones pegadizas, profundas y rabiosamente modernas, de gran alcance emocional.
En cuanto a la traslación de una música tan sintética y alejada del concepto banda, al directo, tarea nada fácil, Senra contó con cuatro músicos fijos y algún refuerzo puntual, sumándose él mismo con la guitarra ocasionalmente. La desnudez de su música hace que por momentos resulte íntimo encontrarse entre miles de personas, por difícil que pueda parecer. Y aunque su directo todavía puede crecer mucho y encontrar una continuidad mejor empastada, al empaque de la mayoría de canciones, se sumaron unos visuales acertados, que ayudaron a acentuar esa sensación de austeridad artesanal digital, en la que tan bien se mueve el gallego.
Lo mejor es que su carrera, como quien dice, apenas despega. El recorrido es enorme y ya, ahora, se encuentra en el olimpo del pop español menos acomodado y experimental. Porque, a pesar de la aclamada respuesta que está recibiendo por parte de público y prensa, su música es a veces exigente e incluso arty; señal inequívoca de su inconformismo creativo. Efectivamente, ha nacido una estrella, y no parece que vaya a ser fugaz.
Texto: Daniel González
Fotos: Salomé Sagüillo