La resonancia de Laplace es un caso particular de resonancia orbital en el que tres cuerpos orbitando alrededor de un cuerpo principal, tienen periodos de revolución que guardan entre sí una relación expresada en una fracción de números enteros simples e igual a 1:2:4. Es decir, mientras el cuerpo que tiene una órbita más exterior completa una vuelta, el siguiente en distancia completa dos y el más interior cuatro. En el Sistema Solar solo existe un caso que esté en resonancia de Laplace, el de los satélites galileanos de Júpiter: Ío, Europa y Ganímedes. Simple recordatorio, pues parto de la base de que todos ustedes -gente docta- estaban familiarizados con el término, que ha de servir para contextualizar el trabajo que nos ocupa. Esto es, el EP de debut de Mitchell Manburg, al que puede que los más empollones ubiquen en combos indie californianos como Case Hop Tally o Gold Shimmer. «Lo había aprendido en la universidad y siempre pensé que sería genial incorporarlo en una canción de alguna manera. Y años más tarde, a pesar de todo lo demás en mi mente, me sorprendió encontrarlo en mi escritura. Si bien parecía tan insignificante, la chispa creativa estaba allí. La resonancia de Laplace fue el punto de apoyo que necesitaba para empezar a escribir», explicaba el autor a Shoutout LA, recientemente.
Así, recién mudado de Los Feliz a Silver Lake sin novia, sin banda y sin curro y encerrado en casa como todo quisqui, Manburg se pondría manos a la obra hasta culminar cuatro canciones que suscitan diversas reacciones, ninguna indiferente. Una osada carta de presentación que incluye dos instrumentales y un recitado y en la que se aprecia inequívoca la influencia de guitarristas poco ortodoxos (de Steve Gunn a Ethan Miller, por ejemplo), combinada con una voluntad experimental perfectamente representada en los siete minutos del tema que titula el disco. Ambient, folk, prog y vanguardia, la música como reacción/respuesta a una nueva realidad tan inesperada como abstrusa. Una tabla de salvación, otra más, a la que agarrarnos para no perder la chaveta. O para perderla con conocimiento de causa, al menos.
Eloy Pérez
