Discomático

The Black Keys – Delta Kream (Nonesuch/Warner)

 

Foto: Joshua Black Wilkins

 

«Es el disco más fácil que Dan y yo hemos hecho, porque es la música que más hemos escuchado» explica Patrick Carney sobre Delta Kream, un homenaje al legado de artistas como R. L. Burnside, Junior Kimbrough o Mississippi Fred McDowell, y su género: el Hill Country Blues. En palabras de Carney, estamos ante “el disco más auténtico de The Black Keys.

No hubo discusión; sucedió sin más». Así debió ser, puesto que el larga duración fue registrado en tan solo dos sesiones de cinco horas durante el mes de diciembre de 2019 en los estudios Easy Eye Sound, en Nashville, Tennessee, propiedad de Dan Auerbach. Al popular dúo se unieron el guitarrista Kenny Brown —a quien Burnside consideraba “su hijo blanco»—, el bajista Eric Deaton —que formaba parte de la banda de Kimbrough y ha tocado con casi todo bluesman que se precie en el norte del estado de Mississippi—, el percusionista Sam Bacco y el organista Ray Jacildo.

La verdad es que rendir tributo a los blues rural del Mississippi es un reto al alcance de muy pocos. Por alguna razón, los músicos blancos hemos querido entender como virtuosismo lo que en realidad es pureza y talento innato. Con la intención de llevar al terreno de lo académico hasta el más intangible de los detalles que caracterizan la música negra. Puede que lo hayamos hecho sin darnos cuenta, con la esperanza de sustituir nuestras carencias epigenéticas con una cantidad absurda de horas de ensayo. No voy a entrar en ese asunto, pero es importante tener claro que lo apasionante del blues es que se trata de un sentimiento y, por desgracia para algunas personas, digitar muy rápido sin fallar una sola nota, memorizar escalas o dominar la armonía, no tiene nada que ver con eso. De hecho, una de las características del Hill Country Blues, es la escasez de cambios de tono, así como la sencillez en los fraseos de guitarra y la repetición hasta el hartazgo de los patrones rítmicos.

Como bien dice el historiador Samuel Charters, todas las generaciones de músicos negros y negras para los que el blues es una forma de expresión emocional natural, nunca ha tenido pretensiones artísticas. Estamos ante un estilo que hasta hace muy poco seguía vivo gracias a la tradición oral que caracteriza zonas muy concretas del sur de Estados Unidos. El etnomusicólogo David Evans estudió la materia, concluyendo que existe una forma de interpretar folk basada en poliritmos de batería con los que eran capaces de “hablar”. Con esto quiere decir que desarrollan patrones rítmicos y melódicos que se ajustan a la cadencia de frases hechas, canciones populares y espirituales que se remontan al siglo XIX. Evans considera toda esa cultura cristaliza con particular autoconsciencia en Jack Owens, al que produce un disco a finales de los 60. Otros pioneros del género son Ranie Burnette, Sid Hemphill, Mississippi Fred McDowell o Henry Stuckey. En el caso de este último, a pesar de haber muerto en 1966, no se conservan grabaciones ni fotografías de él. Sabemos que fue una institución a nivel local porque todos le citan como influencia.

Esto da una idea de lo primitiva que aún se mantenía la escena cuando en 1991 Peter Redvers-Lee (editor de la revista Living Blues) funda Fat Possum Records, una discográfica independiente con la que lanzar al mercado material de artistas de blues rural de Mississippi. Fueron ellos los que rescataron toda esa música y nos hicieron partícipes de algo excepcional. En ese momento, la herencia rítmica estaba muy mezclada con riffs de guitarra hipnóticos, fraseos que casi eran mantras y melodías chamánicas que se alejaban de lo que el resto del mundo considera blues clásico. Paradójicamente, los discos que producía Fat Possum fueron revolucionarios, causando un profundo impacto en Jon Spencer, Dan Auerbach, Jack White, que aún eran chavales, o en estrellas consagradas como Iggy Pop y Bono. Convirtiendo en lugar de peregrinaje el Blue Front Cafe, el último garito que aguantaba de pie desde los tiempos en que era un juke joint (una choza o cabaña dedicada ilegalmente a la venta de alcohol, el baile y el juego dentro de una plantación de algodón, sigue abierto y funcionando hoy en día).

En una entrevista que realicé a Cedric Burnside, nieto de R. L., me aseguró que él había crecido sin agua corriente ni electricidad, para hacerme entender que el Delta del Mississippi lleva un retraso considerable con respecto al resto del país, el área de Bentonia, en el condado de Yazoo, considerado a día de hoy la cuna del Hill Country Blues. Es como si hubieran abandonado una región del tercer mundo en mitad de la primera potencia económica de Occidente. Esto podemos verlo en You See Me Laughin’: The Last of the Hill Country Bluesmen, un documental (disponible en youtube) realizado a principios de este siglo, en el que aparecen los primeras espadas del sello y podemos comprobar que viven anclados en otra época, podría decirse incluso que en otra dimensión. En él aparecen Asie Payton, Cedell Davis, David Cardwell, Johnny Farmer, Junior Kimbrough, Kenny Brown (que se ha hecho cargo de la guitarra y el cuello de botella en Delta Kream), R.L. Burnside y T-Model Ford. Esos tipos grabaron la música que más han escuchado los Teclas Negras, según las declaraciones de Patrick Carney con las que he empezado el artículo. “Crecimos aprendiendo a tocar como estos tipos. Son la razón por la que la banda existe. Hicimos este álbum para recordarle a la gente lo que nos inspiró”, dice Carney. También afirma que el documental Deep Blues: A Musical Pilgrimage to the Crossroads, dirigido por Robert Mugge y escrito por el ilustre musicólogo Robert Palmer, cambió su vida.

Su socio, Auerbach, recuerda haber viajado al Blue Front Cafe a los dieciocho años, como el que va a la india y se convierte al hinduismo. Tras zambullirse en las profundidades musicales del Mississippi, el cantante y guitarrista no volvió a ser el mismo. Así es como en 2006 vio la luz Chulahoma: The Songs of Junior Kimbrough vía Fat Possum. Un disco tributo a Kimbrough que contó con la bendición de Mildred Washington, su viuda, y también con el reconocimiento de la crítica y del público. Su título hace referencia al condado en el que se encontraba Junior’s Place, un juke joint comprado por Kimbrough allá por 1992 y que sobrevivió al propio bluesman siendo regentado por sus hijos hasta el 6 de abril de 2000, día en que ardió hasta sus cimientos a causa de un incendio accidental.

Hoy, 14 de mayo de 2021, sale a la venta el segundo disco de versiones dedicado enteramente a reivindicar el legado de una forma de blues rural que alcanzó su cenit en la década de los 90 con trabajos como Feelin’ Good, de Jessie Mae Hemphill (nieta de Sid Hemphill), All Night Long, de Kimbrough, Too Bad Jim y A Ass Pocket Of Whiskey, de Burnside, Feel Like Doin’ Something Wrong, de Cedell Davis o Worried, de Asie Payton.

La crema del delta

Podríamos decir que The Big Come Up —ópera prima del dúo que incluía sendas versiones de Kimbrough y Burnside—, y Thickfreakness, su debut Fat Possum, ya eran dos tributos al Hill Country Blues. Ambos trabajos son deudores de los mismos nombres que podemos leer como autores de los once cortes que conforman Delta Kream. Sin embargo, en el álbum que nos ocupa no solo están haciendo versiones, cuentan entre sus filas con Kenny Brown y Eric Deaton, historia viva del género y esto conlleva cierto grado extra de responsabilidad.

Lo primero que escuchamos es «Crawling Kingsnake», que en realidad encuentra su origen en una pieza de la pianista Victoria Spivey titulada «Black Snake Blues», reelaborada por el también tejano Blind Lemon Jefferson en «Black Snake Moan». Pero es el legendario Joseph Lee ‘Big Joe’ Williams, recordado por ser el primero en grabar y apropiarse el crédito del popular «Baby, Please Don’t Go», el que la graba y rebautiza como «Crawlin’ King Snake», en 1941 y al estilo del Delta. De ahí sale la versión de John Lee Hooker, en la que se inspiran los Keys, ya que aparece acreditada a John Lee y Bernard Besman, su primer productor. Es una elección curiosa para empezar, aunque podríamos considerar que en ella confluyen Texas, Mississippi y Detroit (donde la grabó Hooker al arrancar su carrera discográfica), claves geográficas en las texturas sonoras que caracterizan la obra de Pat y Dan. Aunque también se puede decir que la canción no acaba de arrancar. Como si la banda se estuviera conociendo mientras improvisa en uno de esos juke joints como el Junior’s Place; lo cual puede ser una decisión artística. Una atmósfera que invita a dejarse llevar, cerveza en mano y se prolonga durante el siguiente corte, «Louise» y su peculiar falso inicio. La versión no se aleja demasiado de la de Mississippi Fred McDowell, de tempo pausado y melancólica, nos traslada al Delta de los años 30.

Es en ese momento en el que «Poor Boy a Long Way Home», de R. L. Burnside, te saca del placentero letargo y, de estar en ese hipotético garito, te agarra de las solapas y te arrastra a la barra a pedir un chupito de licor de maíz. Sube el nivel de agresión sonora, los cuellos de botella empiezan a descerrajar glissandos, la polirritmia se torna hipnótica y la lírica da lugar a un repetitivo fraseo chamánico. A continuación «Stay All Night» de Junior Kimbrough, es en teoría la elección perfecta. Por alguna razón, el combo retrocede un paso y la convierte casi en un single que flirtea con el pop. Se despega por completo de las caóticas texturas sonoras del autor original.

En este punto detengo la escucha y me pregunto por qué la voz de Dan Auerbach me recuerda más a la suavidad de sus obras en solitario que ninguna otra de sus facetas. Hago esto porque sé que llega el turno de «Going Down South», una de mis canciones favoritas de Burnside. Otro corte tan emblemático como oscuro y desgarrado. Recuerdo Black Snake Moan la película de Craig Brewer, en cuya banda sonora participaron los Keys y en la que Samuel L. Jackson interpreta a Lazarus Redd, inspirado en Robert Lee Burnside, e incluso interpretó una poderosa versión del «Just Like a Bird Without a Feather» de Robert Lee. Me pregunto por qué Auerbach ha decidido endulzar tanto «Going Down South» y cantar falsete. En fin, no quiero ser talibán de una cultura que me es mucho más ajena que a él, pero no me gusta.

Con muchos reparos reanudo la escucha y «Coal Black Mattie», del gran Ranie Burnette (el paradigma absoluto de lo que muchos entendemos por North Mississippi Hill Country Blues), me calla la puta boca. De vuelta a la barra, esta vez tequila. Burnette, nacido el 4 de julio de 1913, es en mi opinión uno de los fundadores de esta forma de tocar y esta canción es parte fundamental de los cimientos de todo lo que estamos tratando en estas líneas. Una joya quintaesencial, convertida en estándar a lo largo de los años. Como en el caso de «Poor Boy a Long Way Home», esta pieza sí que puede atraer a la audiencia mainstream a la que del grupo de Akron, Ohio, a las mieles del blues rural que Delta Kream pretende poner en el mapa. «Do the Romp», también de Kimbrough, es otro ejercicio grasiento y electrizante.

Vuelvo a sentir la garganta seca y «Sad Days, Lonely Nights», otra de Kimbrough, me pide agarrar la botella para no tener que hacer más visitas a la barra. Durante «Walk with Me», la enésima de Kimbrough, el ambiente se enrarece, la niebla provocada por una mezcla de sudor evaporándose y humo se disipa y volvemos a percibir cómo el grupo anda improvisando. Se miran los unos a los otros esperando que uno de ellos tome la iniciativa, Carney sube la intensidad sin que acaben de seguirle con convicción y las guitarras parecen entenderse demasiado. Brown y Auerbach, faltos de inspiración, no parecen encontrar el momento de poner punto y final a la canción. Para jolgorio de todos los presentes (en el garito que solo existe dentro de mi cabeza) el batería deja de tocar, sin más, y el resto hacen lo propio mientras resoplan con cara de circunstancias hasta que el batera marca el final con un golpe arbitrario.

Deaton no tarda en arrancar «Mellow Peaches», original de Big Joe Williams pero influida por la versión de ella que hizo R. L. Burnside. Con todo mi respeto para el teclista Ray Jacildo, el órgano la viste de algo que no acierto de describir, pero poco tiene que ver con lo que parecen estar intentando el resto de los músicos. A pesar de esto, parece que el resto se está volviendo a calentar. Entran en un pasaje instrumental realmente cool y retoman el pulso de lo que sucedía antes de «Walk with Me». «Come on and Go with Me», sí, también Kimbrough, es mi favorita del disco desde la primera nota. Una auténtica declaración de amor a su autor y al blues.

Especial mención a la voz de Dan Auerbach, que por fin ha alcanzado la temperatura adecuada. La cadencia hipnótica que tejen la batería y el bajo permite al resto de cuerdas y a las teclas retorcer las notas con muy buen gusto. Más allá de pros y contras, acabada la primera escucha, me pongo inmediatamente una segunda. Es un disco irregular, pero también me parece muy honesto. Auerbach y Carney disfrutan de un estatus de auténticas estrellas en Estados Unidos, no necesitan hacer discos para salir de gira. No tienen porqué dar las gracias a nadie ni desnudarse ante el público de la forma en que lo hacen en Delta Kream —que en la era de las superproducciones digitales retocadas hasta que no queda un ápice de humanidad en ellas—, se desmarcan con un larga duración que parece grabado en directo sin ningún ensayo previo y ni un solo retoque. Hay que agradecerles lo que hacen; la palabra que difunden. Ojalá lo que han hecho se convierta en tendencia y vengan muchos discos más como éste.

 

Texto: Dolphin Riot

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