Los seguidores de Queen Esther deberían quedar tan descolocados como gratamente sorprendidos por el giro que la jazz woman ha dado a su carrera con este disco. La neoyorquina, aclamada por la crítica como heredera de las grandes vocalistas del jazz siempre se había movido en ese terreno, cosa que le había llevado a ganar varios premios. El estupor (para algunos) llega cuando este año se publica este Gild The Black Lily para descubrir que sus miras se han girado totalmente hacia la roots music. A ver, tampoco es para rasgarse las vestiduras. Queen Esther siempre había coqueteado con les géneros rurales y definía su música como Low Country, pero quizá, y ahí sí les doy la razón, nunca había dado un paso tan rotundo hacia este género. Tenía mucho de Sarah Vaughan y de Nina Simone, pero también algo de Lucinda Williams en su fraseo, y eso no hay que olvidarlo. El caso es que lo ha hecho a lo grande. Con un disco magnífico que servidor considera ya el mejor de su discografía y de lo mejorcito del año en el género. Que Esther cantaba muy bien lo sabíamos de sobras, pero que su voz se iba a adaptar así al folk, el country o el blues, sin sonar forzada, sino tremendamente natural ya era más difícil de esperar. La versión que se marca del «John The Revelator» – lo sé, está muy vista pero…- totalmente a cappella es espeluznante y la vuelta que le da al «Take It To The Limit» deja a la canción entre las mejores versiones que nunca se hayan hecho de The Eagles. Por no hablar de ese hit que es «The Whiskey Wouldn’t Let Me Pray», repetida al final del álbum en acústico. Un tema insuperable y que se te clava en la mente durante días. Lo han llamado Black Americana, aunque a mí la definición que más me gusta es tan sencilla como Americana a lo Queen Esther. Maravillosa.
Eduardo Izquierdo