Está la gente loca con esto de los conciertos, tú. Hay un mono tal de experiencias en directo, de un poco de vida tras meses de letargo, de rascar un acople o dos, que sospecho que pocas veces se habrá encontrado el trío catalán con un recibimiento semejante. Mono, sí, pero también la dosis necesaria: las canciones de la banda resonaron en el histórico teatro de La Latina, habitual sede de cupleteras y revista, hoy más oportunas que nunca. «No me puedo encomendar a ningún otro lugar / Le he bajado las persianas a esta ciudad / En la sombra no se está tan mal» cantan en la inicial «Segundas residencias» y el público jalea lo que de repente se percibe una experiencia compartida, amplificada por el deseo de recuperar la vida pasada. Hacer cosas, como canta Artur Estrada en «Hemos hecho cosas», y recibir un aplauso al instante: «Hemos hecho el artista sin demasiado convencimiento / y sin crear ningún movimiento, pero hemos hecho cosas, es cierto / no miento, vaya si no hemos hecho cosas». Puede que el formato teatro acabe con la inmediatez de esta banda que siempre miró con un ojo al post-hardcore, pero permitió sumergirse en los detalles de una discografía que ofrece recovecos por explorar, detalles que emergen de repente en directo, toques de xilófono que amplían el campo de batalla, golpes emocionales a lomos de las cuatro cuerdas de Wences Aparicio, quizá uno de los mejores bajistas de este país y perfecto engranaje junto al batería Albert Guardia.
Será el placer de escuchar una guitarra amplificada —o un sinte trotón, a estas alturas qué más da—, será que las canciones de Ensayo bien lo valen, pero el pase matutino de aquel domingo invernal supo a gloria. «He oído que acostumbra a haber / una mañana siguiente» volvió a cantar una vez más Artur al final de los bises, y quedó claro que las premoniciones pueden convertirse en himnos cuando el mundo se convierte en un lugar tan extraño.
Texto: Héctor G. Barnés
Foto: Roncesvalles Alzueta