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Joseba Irazoki eta Lagunak + Pelomono – 30+1 Aniversario Bloody Mary, Amaia KZ (Irún)

Pelo Mono & Joseba (Foto: J. A. Areta Goñi «JUXE»)

Oficiaron Pelomono elegantemente el honor de abrir la “noFiesta” a la que fuimos convocados
por la incansable e imprescindible tienda y promotora Bloody Mary. Hora temprana (18:00),
enlatados en nuestros asientos, separados y con la mascarilla de rigor. Todo muy poco rockanroll
pero amigos y amigas, ante las adversidades hay una cosa que el bicho no tumba y es la esencia
de las cosas. Se recibió a los jiennenses con todas las de la ley, aplausos desde el minuto uno,
atención y hasta vítores. La peña quería música, así que disfrutó ese brebaje sónico que con
maestría te transportaba lo mismo a una depresiva carretera o a un cocktel de Hollywood al que
ni por asomo estaremos nunca invitados. Pelomono apuestan por el ambiente y eso fue lo que
se percibió justo cuando les tocó el turno a Joseba Irazoki y amigos (os facilito la
traducción, de nada): si algo había esa tarde en el aire era cierto ambiente…

Conscientes o no, y comandados por un Joseba estelar (camisa negra con escorpiones dorados,
tío, no me puedes molar más!) la banda entra en escena. Nada más sonar los primeros
compases de «Lucio Eta Durruti» la atmósfera ya empezó a a cargarse. Aún no sabíamos de
qué. El sonido espectacular. La banda ya estaba claro que sonaba como una carrocería bien
armada. No me llaman especialmente la atención los coches pero no salíamos de la primera
canción y eso me sonaba a Cadillac, y no por su condición de artículo de lujo, sino porque lo que
en realidad supongo que será: un trasto bien armado, un chasis de cojones , un run run que te
corta el aliento y una estela difícil de olvidar.

La banda (a punto de entrar a estudio para su tercer largo) se centró en su determinante segundo
disco «Zu al Zara»?. Y aquello fue una encerrona gloriosa. No pretenden ser perfectos pero lo
son. Todos los músicos están en el mismo plano, los diálogos instrumentales se suceden con
pasmosa naturalidad y los matices eran un lujo constante y abrasivo. «Gezurrezko Bizia» ya
deja las cosa claras: estamos todos atrapados. Circulando o gravitando bajo el eje de Joseba que
obra uno de los grandes milagros de la tarde. No parecer destacar entre el resto pero, ay amigo,
le acompaña el aura de los grandes y los dos escorpiones dorados saben de qué hablo.
Con «Enpate Batekin Aski» se llega al ecuador con todas las cartas boca arriba: tensión rítmica,
escenificación interpretativa y embrujo. La pegada de la emblemática ZU AL ZARA? sirve para
encarar la recta final…¿dónde estás David Bowie?.

A estas alturas el ambiente era todo electricidad. Bien, la pandemia nos tiene huérfanos de
muchas cosas. A los mayores les está jodiendo su última fiesta, a los adolescentes les está
condicionando su despertar como hacía generaciones que no ocurría. A los de mediana edad nos
tiene confundidos y solitarios pero de repente Joseba Irazoki eta Lagunak nos estaba
echando un capote y en la atmósfera ocurría algo. Algo parecido a lo que llamamos en la música
y que sentimos que empieza a echarse en falta: UNA ESCENA. Y eso es lo que estaba
ocurriendo, estábamos en un simulacro de una escena de 1 hora, un destello de escena, sí, pero
esa sensación es muy fuerte. Las cabezas voladas y una impagable conexión entre lo que los
músicos nos daban y nosotros recibíamos. Nos salimos de la Pandemia, nos salimos de las
convenciones roquistas y nos salimos de madre.

Antes del No-bis se despidieron con «Zigorra» (Castigo) efectivamente, un dulce castigo, una
inmensa canción “pompeyesca” con la que nos dijeron que eso era todo, que se acababa y que
cada golpe era lo que nos teníamos que llevar a casa, no como recuerdo de un gran y
evanescente momento, sino que como piedra angular con la que seguir en la pelea hasta que
todo esto pase y nos volvamos a encontrar todos juntos otra vez. En condiciones más decentes,
eso sí.

Cuando saquen el próximo disco ya se puede cubrir toda la península con una alfombra roja, o
sino el mundo se va a ir a la mierda. Con Pandemia o sin ella.
Ah, y David Byrne ya tiene quien le escriba.

Texto: Ernesto Villar

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