La escena se desarrolla en un bar musical de mi ciudad hacia el año 1991, tal vez 1992. En la televisión aparece un Bob Dylan medio ido que no parece saber muy bien que pinta en un escenario sevillano invitado a una cumbre de guitarristas. Mientras el ínclito Bob se dedica a “deconstruir” algunas de sus canciones con una guitarra acústica, detrás de él, medio escondido, hay un tipo que intenta denodadamente arreglar el estropicio con otra entre sus manos. A los clientes que están a mi lado no parece llamarle la atención el homicidio que Dylan está cometiendo con sus canciones (¡es Bob Dylan, tío!), y se dedican a reírse de aquel tipo de la gorra con pinta de haberse colado en tan magno evento sin invitación. Por supuesto no saben que el invitado pobre es el gran Richard Thompson, que sí pintaba algo en dicha cumbre como demostraría en su concierto posterior, y también ignoran que Dylan ni siquiera se ha molestado en decirle qué canciones iba a tocar a pesar de haber reclamado personalmente su presencia en el escenario. Es más que probable que ni siquiera hubieran oído su nombre en su vida.
Más de diez años después la escena podría repetirse prácticamente sin cambios, porque Richard Thompson sigue siendo todavía hoy un perfecto desconocido en nuestro país, cuando en realidad lleva cuatro décadas conformando una obra que algunos equiparan a la de los grandes: Neil Young, Van Morrison o incluso Dylan. Abarcarla en su totalidad, desde Fairport Convention hasta los recientes “Mock Tudor” y “The Old Kit Bag” nos dejaría exhaustos, así que hemos decidido centrarnos en los discos que hizo con su esposa Linda, poseedora de una voz maravillosa que muchos fans todavía echan de menos en sus discos.
En 1973 Richard Thompson es todo un veterano de veintipocos años que ha dejado atrás cinco discos capitales con Fairport Convention y su primer intento como solista, “Henry The Human Fly”, un fracaso en toda regla que, según el mito, es el disco menos vendido de la historia de Reprise y del que él mismo suele decir que conocía personalmente a todos los que tenían una copia. Un año antes había conocido a Linda Peters, nombre artístico de Linda Pettifer, durante la grabación de “Rock On”, una colección de versiones de clásicas del primer rock´n´roll que un grupo de folk rockers británicos editarían como The Bunch.
Linda era amiga de Sandy Denny y ex novia de Joe Boyd, el productor de los discos de Fairport Convention, y ya había publicado un par de singles de nula repercusión formando dúo con un tal Paul McNeill, su novio de entonces. Se casan durante la grabación de “Henry …”, en la que ella participa haciendo voces, y empiezan a actuar juntos en universidades y clubes de folk. En ese primer disco están ya prácticamente todas las constantes de su discografía, desde los músicos que habitualmente le acompañarán, a una variedad de registros que buscaba desde su salida de Fairport Convention, grupo en el que acabó demasiado constreñido por la obligación de componer para otros y por su afán de desmarcarse de una orientación demasiado apegada a lo tradicional. También ese toque oscuro y pesimista que caracteriza lo mejor de su obra, el famoso “Thompson´s gloom and doom”.
En el verano de 1973, y con Linda esperando su primer hijo, graban su primer disco como pareja, “I WANT TO SEE THE BRIGHT LIGHTS TONIGHT”. Calificado por la “Historia Ilustrada del Rock´n´roll” de Rolling Stone como una “obra maestra del folk rock”, supera por varios cuerpos a su predecesor. La punzante guitarra de Richard deslumbra desde la primera canción, con un estilo personalísimo y profundamente expresivo, fundiendo sus primeras influencias del blues y del rock´n´roll primigenio con las de su amada tradición británica, e incluso con el jazz más aventurado. Eso, y por supuesto unas canciones que también beben de tan diversas fuentes, es precisamente lo que les diferencia tanto de los demás cultivadores del folk rock inglés de los setenta como de los almibarados cantautores americanos de esa época. Es muy revelador escuchar la versión en directo de la tétrica “Calvary Cross”. Mientras la original va desvaneciéndose a los tres minutos y pico, sobre el escenario se transforma en un monstruo de, según la ocasión, entre siete y casi quince minutos de delirante expresividad que intenta llegar a la fusión ideal de las enseñanzas de James Burton y John Coltrane, según sus propias palabras. Seguro que gente como Tom Verlaine tomó buena nota.
En disco, de todas maneras, no abundan esos excesos. La contención es la norma y el virtuosismo está en un segundo plano, siempre al servicio de la canción. El gran descubrimiento es, sin lugar a dudas, la voz de Linda. En la mejor tradición de las cantantes folk británicas, posee una calidez y una transparencia que equilibra la rudeza de la de su marido y endulza un tanto la depresiva temática de sus canciones. Versos como los que siguen, de la maravillosa “Withered And Died” luego versioneada por Elvis Costello, son menos tristes en su voz: “Este país cruel me ha hundido y mentido. Sólo tengo historias tristes que contarle a esta ciudad. Mis sueños se marchitaron y murieron”. Incluso cuando se animan a cantar a algo parecido a la Navidad, “We Sing Hallelujah”, los resultados son desoladores: “Un hombre es como su padre, desea no haber nacido. Ansía que llegue la hora en que suene el reloj y muera para siempre”.
La verdad es que no extraña que con letras de este calibre no llegaran al gran público. No insistiremos en ellas pero este tipo de confesiones serán una constante a lo largo de sus discos. La música es otra cosa. A pesar de su gusto por las grabaciones rápidas y austeras, el formato habitual de guitarra, bajo y batería se ve enriquecido en primer lugar por la versatilidad del propio Richard Thompson, que aparte de sus habituales acústicas y eléctricas puede tocar piano, mandolina o dulcimer, y por las colaboraciones de acordeonistas, secciones de viento que parecen sacadas de un pasacalles, concertinas y otros instrumentos propios del folk inglés. Ya están aquí sus inseparables Simon Nicol, guitarrista y pianista y compinche desde los tiempos de Fairport, el acordeón de John Kirkpatrick, o la sección rítmica de John Cale, Pat Donaldson y Timi Donald, que como la mayoría de los músicos y productores que participan en los discos de Mr. Thompson repetirán a lo largo de los años.
Después de debutar con canciones tan impresionantes como “When I Get To The Border”, “Down Where The Drunkards Roll” o “Has He Got A Friend For Me”, de asustar con una portada en la que las letras del título, garabateadas en un cristal empañado de fondo rojo, parecían chorrear sangre, su siguiente entrega suena un poco decepcionante. La tónica es la misma, pero no la inspiración. Durante la grabación de “HOKEY POKEY” (1974), nuestra pareja entra en contacto con la religión musulmana a través de los miembros de un grupo británico llamado Mighty Baby e ingresa en una comunidad Sufí, lo que parece ser les hace perder interés no sólo en este disco sino en su propia carrera musical, como luego veremos.
No es ni muchísimo menos mediocre, pero parece algo forzado y desganado, y pocas canciones pueden competir con sus predecesoras. Una de ellas es la pícara oda al sexo oral que titula el LP, extrañamente optimista y descarada dadas las circunstancias, puntuada entre estrofa y estrofa por unos restallantes destellos de guitarra marca de la casa. Otra es una vieja composición de 1969 inspirada por el trágico accidente que sufrieron los miembros de Fairport Convention y que supuso la muerte del batería original del grupo, Martin Lamble, y de su novia, Jeanie Franklin. “Never Again” fue escrita como “terapia personal” y ni siquiera ahora se sintió capaz de cantarla, cediéndosela a Linda. Por último, la delicada “A Heart Needs A Home” inicia lo que será una especie de subgénero dentro de las canciones de Richard Thompson: las canciones de amor que también pueden ser leídas como confesiones religiosas. No nos engañemos. El resto es altamente disfrutable, simplemente le falta el toque superior de “Bright Lights”.
Desde su entrada en contacto con la religión de Mahoma, los Thompson se ven atrapados entre su lucha por mantener su difícil posición en el mundo del espectáculo y sus obligaciones en la creación de una comunidad sufí, llegando en ocasiones a pensar seriamente en dejar la música. Por otro lado, la convivencia dentro de la citada comunidad trajo no pocos altibajos en su propia relación de pareja. Vale, ya sé que esto no es una revista del corazón, pero todos estos altibajos repercutirán profundamente en sus discos o, al menos, en como los percibimos e interpretamos desde afuera. A Linda en concreto, aunque profundamente atraída por la parte estrictamente religiosa, la vida en la comuna no le hacía demasiada gracia: “La comuna estaba llena de blancos de clase media tratando de castigarse a sí mismos… y a todos los demás. Me enseñó mucho. Principalmente a mantenerme alejada de las sectas”. Durante su larga estancia Linda abandona a Richard dos veces, la segunda estando embarazada de su segundo hijo, aunque siempre acaba regresando. A veces de forma dramática: “Tres miembros de la comuna vinieron a casa de mis padres a decirme que Richard había regresado de un viaje a Oriente Medio y no dejaba de llorar, ´¿dónde está mi familia?´. Fue suficiente para mí. Regresé”.
Quizá sea verdad que este tipo de tensiones y dramas personales saquen a la luz lo mejor de algunos artistas, de esos artistas torturados que publican discos dramáticos y llenos de confesiones en carne viva, que tal vez ellos cambiarían por una vida más plácida, pero que nosotros tan cínicamente agradecemos. En medio de tales turbulencias llega “POUR DOWN LIKE SILVER” (1975). A pesar de la discreción con la que llevaban su nueva vida religiosa, nada de proselitismo a lo Cat Stevens o como demonios se llame ahora, desde la portada se ve el cambio: las vestimentas son inequívocamente islámicas.
El disco sin embargo, no lo nota en lo musical y supone un salto descomunal en relación al anterior. No hay punto débil y algunas de sus canciones son de las mejores que Richard Thompson ha compuesto no sólo en los discos con su pareja sino en toda su carrera. Es difícil saber si se trata de confesiones religiosas o no, pero dado el momento que pasaba su relación, frases tan desoladoras como “Ojalá estuviera loco por ti otra vez” de la impresionante “For Shame Of Doing Wrong”, que curiosamente Richard pone en voz de Linda; o “Me bato en retirada /de vuelta a casa contigo/estoy quemando todos mis puentes” de la no menos estremecedora “Beat The Retreat”, parecen dejar poco lugar a dudas.
El paisaje instrumental es más austero y el tono es decididamente oscuro en ocasiones, más si cabe que en discos anteriores en canciones cantadas por Richard como “Night Comes In” o la citada “Beat The Retreat”, y deliciosamente amargo cuando Linda se adueña de la situación. Quizá la cima de “Pour Down Like Silver” sea “Dimming Of The Day”, una desnuda y suplicante confesión amorosa que alcanza alturas emocionales muy por encima de su aparente sencillez. Demasiado real como para conquistar a un público masivo, y demasiado despojado como para conectar con la pomposidad del momento, “POUR DOWN LIKE SILVER” permanece como uno de los grandes clásicos ocultos de los “felices” años 70.
Se dice que en algún momento de los años que siguieron a “HOKEY POKEY” Richard Thompson llegó incluso a plantearse la posibilidad de abandonar la guitarra eléctrica e incluso la música en general, pero afortunadamente Mahoma no fue tan cruel con nosotros. El caso es que pasaron tres años en los que vivieron prácticamente aislados del mundo en una nueva comuna aun más austera que la primera y fuera ya de Londres, y para llenar el vacío musical se edita un recopilatorio a nombre de Richard que aparte de resultar muy recomendable para cualquier seguidor de sus aventuras desde Fairport Convention, resulta sumamente didáctico e ilustrativo de su evolución.
Bajo el título de “Richard Thompson- (guitar, vocal): A Collection Of Unreleased And Rare Material 1967-1976” el disco nos guía a través de sus múltiples facetas a las seis cuerdas. Los dos tremendos Rythm´n´blues de los inicios del grupo, especialmente un fulminante “Mr. Lacey” grabado en la BBC, lo muestran capaz de competir con los más aventajados de los alumnos de John Mayall que circulaban en la época, aunque a él, tan hipercrítico con su propio trabajo, sus maneras le parecieran “pobres imitaciones de Otis Rush”. Por suerte su camino se alejaría de los Eric Clapton o Jimi Page de años posteriores. Puede bordar folk rock americano en la versión de sus amados Byrds “The Ballad Of Easy Rider”, dar cuenta de su patente de la guitarra eléctrica en el folk rock inglés en una pieza compuesta a medias con el violinista Dave Swarbrick, o rockanrolear como Chuck Berry en “Sweet Little Rock´n´Roller”.
Puede deslumbrarnos con su maestría a la acústica en una pieza tradicional, llevar a Jerry Lee Lewis a territorios Cajun en la trepidante “It´ll Be Me”, o disfrutar con Linda visitando territorio soul en “Dark End Of The Street”, un título que parece escrito para ellos. Puede, en fin, buscar terrenos inexplorados sobre el escenario, en dos larguísimas excursiones hacia lo desconocido como “Night Comes In” o la ya mencionada “Calvary Cross”. En cualquier caso el resultado es magistral. Joe Boyd, que lo conoce desde los diecisiete años y ha producido sus discos en muchas ocasiones a lo largo de su carrera lo dice mejor: “Su forma de tocar muestra una extraña conjunción de un gusto impecable y un sentido salvaje de la aventura, de un profundo sentido de la armonía con una absoluta originalidad melódica, además, por supuesto, de una técnica cegadora. Es difícil confundir su estilo o sus canciones con las de otros”.
Por fin en 1978, y poco después de una desastrosa gira apoyado por músicos contratados exclusivamente por compartir su fe islámica y no por su capacidad técnica, aparece una nueva entrega de la torturada pareja. Habían abandonado la comuna en una decisión sorpresa de Richard y tomaban contacto de nuevo con el mundillo musical en sesiones para discos de amigos como Sandy Denny o The Albion Band. En una de estas sesiones, organizada por Joe Boyd para el primer LP de Julie Convington (cantante en la banda sonora de “Evita”), están tres top session men americanos que, obviamente, no tienen ni idea de quien es aquel guitarrista. Cuenta Joe Boyd que al final del día estaban boquiabiertos: “¡Este tío es increíble! ¿Quién es? ¿Dónde ha estado metido todo este tiempo?”
El amigo Boyd no desaprovecha la ocasión y junta a Richard con los yankis para grabar el disco de su reentré. Se titularía “FIRST LIGHT” y resulta curioso por varias circunstancias. Es su disco islámico por excelencia, algo que puede adivinarse desde el diseño arabizante de la portada, y al mismo tiempo el de producción más americana, más standard, quizá sintiéndose obligados por el cambio de Island a Chrysalis. Parece ser que no está demasiado bien considerado entre sus fans, y que incluso es el que menos gusta al propio Richard, sin embargo un servidor lo encuentra de lo más disfrutable. Aunque siguen fieles al productor de costumbre, John Wood, y a algunos de sus inseparables músicos, Simon Nicol y John Kirkpatrick, por primera vez el corazón rítmico de la banda que lo acompaña, piano, bajo y batería, son músicos americanos curtidos en las más exquisitas sesiones (de Doobie Brothers a George Harrison, pasando por Roxy Music o Stevie Winwood), y las canciones aparecen más llenas de teclados y coros. Se pierde dramatismo pero no deja de resultar agradable, y chocante, escuchar canciones que celebran una conversión religiosa, discretamente disfrazada como ya debería quedar claro a estas alturas, con un ritmo soulero que no desentonaría en una discoteca de la época.
Es el caso de “Layla”, y de ese mismo ambiente se beneficia un tema tan vacilón como “Don´t Let A Thief Steal Into Your Heart”, que llegó a ser versioneada por las Pointer Sisters. Siguen apareciendo imágenes de destrucción (“House Of Cards”), las habituales canciones de rendición incondicional (“Sweet Surrender”, “First Light”), de amor y muerte (“Died For Love”) y otras de temas un tanto extraños (“Pavanne” está inspirada nada menos que en la terrorista alemana Ulrike Meinhoff, y la letra le “llegó” a Linda en un sueño), pero en general sin el tono despiadado de anteriores entregas. Quizá sea un disco menor en su discografía, y yo de hecho lo tenía medio olvidado, pero gracias a este articulillo, y al repaso que por su culpa le estoy dando, cada vez que lo oigo me gusta más. No todo va a ser sufrimiento en la viña del Señor, Alá en este caso.
Es difícil hablar de las motivaciones de un artista tan poco dado a exponerlas en público como Richard Thompson, pero parece que “FIRST LIGHT” actuó a modo de exorcismo religioso, y a partir de ese momento las reflexiones religiosas desaparecieron, no del todo pero sí significativamente, de sus canciones. No de su vida, porque todavía hoy se declara musulmán, un musulmán absolutamente alejado de cualquier tipo de integrismo y que no se “convirtió” a esa fe, sino que encontró en ella lo más parecido a su forma de ver el mundo. Tal vez nos estemos poniendo un poco pesados con estos asuntos, pero creo que es un dato lo suficientemente raro en el mundo del pop (o rock, o como se llame esto que escuchamos), e influyente en su obra como para tenerlo en cuenta.
El caso es que a partir de ahora decide dedicarse plenamente y sin dudas a su música, lo que más le importa y lo que mejor hace. “SUNNYVISTA” (1979) significa un retorno a sus acompañantes tradicionales y a la habitual negrura existencial. Hay ataques despiadados a la deshumanización de la vida moderna, la que sólo aspira a la urbanización impoluta, el coche, la tele y el perro, en “Civilization” y ”Sunnyvista”, y en el satírico diseño de portada; un toque de atención sobre el opresivo clima que se vivía en la Gran Bretaña post punk y pre Margaret Thatcher en la machacona “Borrowed Time”, y una llamada en clave funky soul a atajarlo en la calle, en “Justice In The Streets”.
También hay relaciones familiares rotas en “Sisters”, amores que tienen que esconderse en la bonita “Lonely Hearts”, e historias de traición en “Why Do You Turn Your Back?”. Un paisaje, en fin, absolutamente desolador. Las mejores canciones de un disco ciertamente irregular son las que a su vez parecen ofrecer un rayo de esperanza, bien sea a través del amor en la divina “Traces Of My Love”, o de la amistad en la vibrante “You´re Going to Need Somebody”; o, al menos, de alivio en la juerga y el alcohol, como en “Saturday Rolling Around”. Puede que este sí sea un disco menor, quizá el más flojo de la pareja, pero este asunto de la música tiene mucho de sentimental y creo que nadie negará un cariño especial por los discos que te inician en una pasión. Ésta de un servidor por nuestro protagonista comenzó al encontrar “SUNNYVISTA” en un cajón de discos de segunda mano a un precio ridículo. Había sido editado en España en una colección de música folk llamada Rabel a principios de los ochenta y, como ya resulta habitual, nadie le prestó la menor atención.
El cambio a Chrysalis no surtió el efecto esperado y nuestra pareja se encuentra en 1980 sin contrato discográfico. Deciden, de todas formas, meterse en el estudio con Gerry Rafferty y Hugh Murphy como productores con la intención de grabar un disco más comercial o, al menos, todo lo comercial que un disco de Richard y Linda Thompson pueda ser. Rafferty era un fan sincero de Richard, y tras su éxito con “Baker Street” no sólo se los llevó de teloneros en su gira, sino que se comprometió a pagar las sesiones de un nuevo disco y a tratar de venderlo a alguna compañía. Finalmente, los métodos de grabación de Rafferty y Murphy no convencen a Richard, que encuentra las canciones demasiado sobreproducidas, y el ambiente de las sesiones no es demasiado agradable, de acuerdo con las impresiones de Linda.
El disco se completará pero ninguna compañía le abrió sus puertas. Algunas de esas canciones verían la luz con el tiempo en sendas recopilaciones a nombre de ambos cónyuges y, la verdad, la cosa no era para tanto. Es cierto que el sonido parece ligeramente más “hecho”, pero a años luz de lo que podríamos entender por sobreproducción. Es más, esta primera versión de “Walking On The Wire”, que como veremos regrabarían en su próximo y definitivo disco, es tan buena o mejor que la que finalmente vería la luz, sobre todo por la emocionante performance de Linda, que vuelve a lucirse releyendo una canción de su amiga Sandy Denny, “I´m A Dreamer”, una auténtica delicia.
Con la perspectiva que da el tiempo hay que reconocer, sin embargo, que la decisión resultó positiva para su carrera. Al terminar las sesiones del disco que no fue, Richard Thompson hace tiempo grabando y autoeditándose un álbum instrumental, “Strict Tempo” (1981), y divirtiéndose en un grupo de versiones, The GP´s, junto a compinches como Dave Mattacks, Dave Pegg o Ralph McTell, pero rápidamente se encuentra con que su viejo amigo Joe Boyd le propone grabar en Hannibal, su recién estrenado sello discográfico. El plan es sencillo, si hay poco dinero grabemos en tres o cuatro días, y gastemos lo que sobre en una gira americana, un intento pendiente en su carrera. Y en tres días se hizo, al menos la parte instrumental, ya que Linda volvía a estar embarazada y tardó un poco más en grabar la voz. El disco apareció en 1982, se llamó “SHOOT OUT THE LIGHTS” y supuso tanto la ruptura de la pareja, en todos los sentidos, como, al mismo tiempo, su culminación artística y el punto más alto en su carrera. Apareció en las listas de mejores discos del año en revistas como Rolling Stone, Linda fue votada cantante del año en la misma Rolling Stone y en Time, y, siempre dentro de su minoritario atractivo, se vendió como nunca hasta entonces lo hicieran sus discos.
El sonido es más seco que nunca, sin apenas adornos y con absoluta preponderancia de las guitarras, lo que acentúa el dramatismo y la contundencia emocional de unas canciones ya de por sí dramáticas y emocionalmente contundentes. Parece como si la tensión acumulada a lo largo de los años explotara definitivamente. Hasta ese momento Richard Thompson nunca había grabado un solo de guitarra tan desquiciado como el de “Shoot Out The Lights”, canción que dijo haber compuesto en respuesta a la invasión soviética de Afganistán. Y en verdad que a veces parece usar la guitarra como un auténtico Kalashnikov. Tampoco se había autorretratado tan a las claras como en la vibrante “A Man In Need”, auténtica colección de miserias de un hombre atormentado en la que, musicalmente hablando, se puede apreciar el excelente trabajo a la guitarra rítmica de uno de los principales soportes instrumentales de nuestro protagonista a lo largo de toda su carrera, Simon Nicol.
La muerte sigue ejerciendo un extraño atractivo, que puede volverse auténticamente morboso en “Did She Jump (Or Was She Pushed)?”, en la que se cuenta con todo lujo de detalles un suicidio, parcialmente basado en la muerte de Sandy Denny, o aparecer como carga de profundidad en la canción más melódicamente optimista y juguetona del disco, “Wall Of Death”. El pesimismo vital reaparece en “Just The Motion” y “Back Street Slide” y, finalmente, la relación a punto de saltar por los aires casi se puede palpar en “Don´t Renege On Our Love” y, sobre todo, en “Walking On The Wire”, sobrecogedora lista de reproches acumulados en la que parece culminar su tempestuosa aventura en común. Lo curioso del tema es que las canciones son las mismas que habían grabado con Gerry Rafferty, cuando ni siquiera se intuía la ruptura de la pareja. Es más, la separación llegó unos meses después de la grabación definitiva de “Shoot Out The Lights”, pero eso no acalló las interpretaciones de los extraños a la pareja.
Para cuando se embarcaron en su última gira americana, la de mayor éxito hasta el momento, el asunto no tenía remedio. Richard había dejado a Linda por una mujer americana a la que acababa de conocer en una gira en solitario preparatoria de la actual, como si una de sus canciones sobre traiciones y celos se hubiera hecho realidad en su propia piel, y Linda a pesar de no estar preparada “ni física ni psíquicamente”, no quería desperdiciar el último fruto de diez años de trabajo. Paradójicamente, se liberó de su habitual nerviosismo en escena y, en palabras de Joe Boyd, “fue la gira en la que mejor cantó.
Parecía como si Richard se hubiera pasado seis o siete años componiendo canciones para que Linda las cantara en el momento que él la dejara”. Llegaron a las manos en más de una ocasión y el ambiente era demencial. Ellos mismos se refieren a ella como “la gira infernal”, pero mejor lo cuenta la propia Linda: “Robé un coche en Nueva York y me detuvieron. Recuerdo que en Long Island o por ahí, en un club asqueroso, me emborraché, me metí en el camerino y destrocé todos los espejos. El organizador dijo que los Sex Pistols habían pasado por allí y no habían sido la mitad de destructivos que yo. Me había comportado tan bien durante el matrimonio que aquello fue una auténtica catarsis”. Por si fuera poco, incluso el Time llegó a interesarse por una ruptura que creían mantener a salvo de la atención de los medios.
Linda intentó seguir en solitario y publicó “One Clear Moment” en 1985 con la ayuda de la pianista y compositora Betsy Cook, que conoció en las sesiones con Gerry Rafferty. La voz seguía estando ahí, pero como ella misma reconoce “para quien ha estado al lado de Sandy o Richard es difícil empezar a componer canciones”. El sonido es demasiado sintético, muy de la época, y aunque las canciones que conozco son agradables de escuchar, nada cantado por Linda puede dejar de serlo, no es ni remotamente lo mismo. El disco acabó directamente en las rebajas y no está reeditado en CD, pero una de sus canciones, la bonita “Telling Me Lies”, fue nominada al Grammy a la mejor canción country tras ser versioneada en “Trio” el primer disco que grabaron juntas Dolly Parton, Emmylou Harris y Linda Ronstadt.
Mejor pinta tenía su siguiente proyecto, un disco de country rock producido en Los Ángeles por Herb Pedersen y con músicos como James Burton o David Lindley, pero en ese momento se declaró definitivamente la enfermedad que hasta ese momento la había amenazado intermitentemente y que la ha mantenido retirada hasta ahora, un extraño síndrome de orden psicológico llamado disfonía histérica que le impide cantar. Ella dice que ya le ocurría con Richard Thompson, que “cualquier problema que tenía afectaba a mi voz. Así que después de años intentando vencerlo, simplemente me rendí”.
De esas últimas sesiones (que se pueden oír junto a canciones de todas sus épocas y algunas rarezas en un excelente recopilatorio llamado “Dreams Fly Away. A History Of Linda Thompson”, del que están sacadas las declaraciones que aparecen a lo largo de estos folios) se conoce una deliciosa versión de “Dimming Of The Day”, que suena más triste que nunca al imaginar que sería lo último que oiríamos de ella. Sin embargo en el pasado 2003 saltó la sorpresa. Linda regresaba al mundo de la música, y lo hacía con un gran disco que venía a reivindicar su papel en el dúo. Cuando en “Dear Mary”, la primera canción de “Fashionably Late”, oímos al mismísimo Richard en los coros y la guitarra solista, parece como si no hubieran pasado 17 años y regresáramos a las mejores obras del dúo.
Aunque Mr. Thompson no vuelve a dar señales de vida, el nivel se mantiene en el resto del disco, quizá sin llegar a la altura de sus obras maestras pero por encima de sus momentos más bajos. Estrictamente folk y acústico, “Fashionably Late” agradece el aporte de su hijo Teddy Thompson, parece que el “culpable” de su regreso, que en canciones como “All I see” demuestra haber aprendido al dedillo algunas lecciones familiares, de viejos colegas de generación (Simon Nicol, Dave Pegg de Fairport Convention; Robert Kirby, arreglista de Nick Drake), de nuevas voces del folk inglés (Kate Rusby, Eliza Carthy o el joven mago de la guitarra acústica John Doyle), clásicos subterráneos como Van Dyke Parks, o de geniecillos de ahora mismo como Rufus Wainwright, el único que la aparta del más estricto folk británico con una balada a lo Tin Pan Alley. Sin embargo, Linda no cede el protagonismo. La voz sigue sonando portentosa, con ese poso de tristeza que los años no han podido curar, y su talento compositor da un enorme salto cualitativo, como podemos comprobar en emocionante “No Telling”. El círculo se cierra con la agridulce “Dear Old Man of Mine”, en la que acompañada por sus hijos Teddy y Kamila parece que arregla cuentas con su ex.
La carrera que Richard Thompson emprendió tras su ruptura con Linda da para, al menos, otro artículo como éste. Los discos grabados con Linda Thompson probablemente sean la mejor introducción a su obra, pero cualquiera en el que aparezca su nombre es recomendable y, para una visión total de su trayectoria, está la excelente caja de tres CDs “Watching The Dark”. Ciertamente no es música para una fiesta, pero pocas veces sentimientos tan poco agradables se han expresado de manera más bella y sincera.
Artículo publicado en el número 214 de marzo del 2005
Texto: Carlos Rego