Hay veces en que, no sabes por qué, te apetece poner bien la mesa. Aunque esté solo, aunque puedas cenar guarreando en el sofá, ese día pones el mantel, sacas la copa buena para el tinto e incluso pones las rebanadas en la panera, previa servilleta recién planchada. Con los discos de Rhys Marsh pasa un poco lo mismo. Su art rock melancólico y orquestal no puede escucharse en chándal (nada puede escucharse en chándal, de hecho) ni en pantuflas. Hay que vestirse adecuadamente, sacar el whiskey bueno y darle al play.
Y ha sido así desde que este multiinstrumentista británico emigrado a Noruega debutara en estudio allá por 2008 con The Fragile State Of Inbetween, primera entrega junto a The Autumn Ghost (más un variable compendio de colaboradores que banda propia al uso) al que seguirían tres títulos más, con The Blue Hour (2012) como piedra angular de un sonido alternativo en el que predominan elegantes teclados y arreglos de postín, ensoñaciones en clave post-rock interrumpidas por puntuales arrebatos de jazz y prog eso sí, siempre sujetando las riendas no se desboque el tiro.
Tras dos discos ya sin -formalmente- el fantasma otoñal, llegó a finales del año pasado este
October After All, séptimo trabajo repitiendo fórmula sin repetirse y encargándose él mismo de la práctica totalidad de los instrumentos. Y de nuevo los mismos paisajes, en este caso colocando en primer lugar los momentos más oscuros y/o arriesgados («Long Way Back», «Golden Lullabies») para pasar a partir del cuarto tema a territorio más conocido, pero no por ello menos sugerente hasta terminar con esa «(It Will Be) October After All» que podría compendiar su propuesta a día de hoy frente a quien, desconociéndolo, desee una muestra significativa. Si con ello todavía no les queda claro, enfoquen la mirilla hacia nombres como Änglagård, Tim Bowness (ayudando en el álbum en cuanto a coros, precisamente), Giancarlo Erra o incluso el más reciente Steven Wilson y no andarán lejos de lo que Rhys Marsh tiene que ofrecerles.
Eloy Pérez
