Sigo manteniendo mi ridículamente solitaria y comprensiva defensa de The Purple Album como placer culpable y amistosa introducción púrpura para los más jóvenes. Y sostengo que Forevermore es lo mejor de Whitesnake desde 1987. Pero aquí no puedo defender a mi estimado David Coverdale. Flesh & Blood entra más o menos bien después de varias audiciones. Como el almíbar, hoy cosas muy dulces y pegadizas aquí: «Shut Up and Kiss Me», «Always Forever», «Gonna Be Alright», pero como en el caso de Dio con Killing the Dragon, queda claro que el tipo que sabía componer buenas canciones y que tenía instinto para captar lo canónico de cada combo, era Doug Aldrich. Joel Hoekstra es muy buen guitarrista —Micky Moody debe suspirar escuchando la guitarra slide en «Good to See You Again»—, pero el problema aquí es el calado de las composiciones, significativamente menor esta vez. Como entidad musical, Whitesnake es un conjunto de primer nivel, con varios miembros siendo leyendas por mérito propio, pero son las canciones las que sostienen un álbum. ¿ Y Sir David? Ya demostró sobrada e intencionadamente en Forevermore que era él quien humanizaba esas canciones, pero esta constante afirmación de autenticidad vocal llega a cansar en Flesh & Blood. Sus omnipresentes respiraciones pueden ser llamativas un par de veces, pero al final, el recurso termina cansando. Le creemos, y le respetamos, pero no hace falta tanto suspiro masculino, en serio. Ya tuvimos un Barry White, y que en paz descanse. Comprensiblemente afincado en su confort americano, David Coverdale da esta vez un paso conservador, tan agradable como previsible.
DANIEL RENNA