Aunque el formalmente llamativo nombre de Justin Townes Earle siempre incita a la mención de sus relaciones de parentesco, poco sentido tiene ya hacerlo cuando estamos delante de una carrera, que con el actual cumple su octavo episodio, singular y talentosa. Haciendo alarde precisamente de esa capacidad, las nuevas canciones creadas por el estadounidense reconducen su siempre conflictiva mirada introspectiva hacia un territorio exógeno, concretamente aproximándose al actual clima social latente en su país. Para dicha radiografía se valdrá del blues —sin defenestrar tampoco su reconocible melancólico folk-country: «Mornings in Memphis»— como lenguaje vertebrador, presentado bajo una paleta de lo más variada. Un género al que hará adoptar mil caras, desde la tomada prestada del mismísimo Dylan («Don’t Drink the Water») a un sobrio pero oscuro tono recitativo en el tema homónimo o la de un crudo minimalismo («Say Baby»). Siempre con esa pose de lánguido trovador, el vástago de la estirpe Earle convierte sus demonios particulares en un interesante desfile de personajes y situaciones con los que delinear un inhóspito escenario.
KEPA ARBIZU