Han sido unos años de silencio. Su paternidad, con su acostumbrada intensidad y virulencia, no liberaba la suficiente energía para encender el ingenio. Focalizado en el nido y la crianza, Bill se meció en una hibernación compositiva que lo dejó aparcado de su habitual fertilidad creativa. Por suerte la musa ha vuelto a la orilla Callahan y gracias a Dios que lo ha hecho, porque para mí este es su trabajo más sobresaliente desde Sometimes We Were an Eagle, e incluso me atrevería a decir que es el mejor disco de su carrera. Como es frecuente en él, su música vuela como una hoja aquejada de gravedad otoñal. El artista acentúa el perfil frágil de unas composiciones en las que parece que puedas escuchar de manera sobreexpuesta la evolución de sus diferentes versiones desde que fueron creadas hasta el resultado final. Una cuajada crepuscular que se manifiesta perezosa y solaz. Suena como una familia de instrumentos largamente aplaudidos que deciden volver a sonar juntos después de una largo retiro desconectados de su esencia noble. Su pausa les conecta con su lado supremo, su anatomía mas esencial. Ya lo dice Bill en su canción «Writing»: ‘’It feels good to be writing again, clear water flows from my pen’’.
ANDREU CUNILL CLARES
