Entre los clubes de electrónica cabaretera y el ‘’sofrit pagès’’ ibicenco, existe en la isla una escena musical que parece haber caído en la marmita de poción del Sur más profundo de América y en la que Uncle Sal han venido desarrollando una carrera que converge en un tercer disco como constatación de un hecho: el grupo tiene el ‘’mojo’’. Abrir con un blues vieja escuela de cabeceo de pavo, «I Will», supone desplegar la cola en abanico y toda una declaración de principios para encauzar caminos de electricidad de la de tocar pegados como los caballo loco, «The American Dream», y asomarse al rubio de Florida más rocoso, «Station Blues». El algodón no engaña, las influencias evidentes y lejos de amagarlas se defienden con el orgullo y la pasión de unos alumnos aventajados convencidos de que cuando los ingredientes son de primera, no cabe meterle nitrógeno al plato. Todo suena orgánico y cohesionado en un disco cocinado a la vieja usanza en unas pocas sesiones juntos y a la de cuatro, y el resultado es un compendio generoso en minutaje de lo bueno y mejor de una música de raíces impropia en origen pero adherida a su ADN. Blues y bottlenecks de lujo y una línea argumental coherente donde tienen cabida desde Hendrix a Drive-By Truckers, riffs endiablados que se incrustan en la materia gris para agilizar el balanceo capilar en hits desacomplejados, «All the Family Tragic Deaths», cantados con emoción y sangre en la glotis de Soulman Sal y facilitando el escalofrío desde los swamps de Nueva Orleans, «Snakebite Fever», para acabar comprobando que el sueño americano se les ha hecho realidad.
FRANK DOMENECH