Discomático

Kiko Veneno, Sombrero Roto (Elemúsica/Altafonte)

Seis largos años hemos tenido que esperar para que una de las voces más auténticas, libres y vitalistas de la música popular española, vuelva a agitar el abanico de cristal y nos conquiste con el suave viento gratis y fresco de sus inquietas raíces en “Sombrero roto”.

Diez nuevos cantecitos para reír y llorar, cargados de cotidianeidad, sabiduría y cariño. Con un extra de sonoridad renovada, demostrando que, por encima de todo, la vida sigue siendo un dulce veneno y Kiko, explorador nato y buscador de historias, necesita inyectarle un antídoto de creatividad cada día. Recrear y vivir el mundo, de eso se trata.

Tras dejar marcada para siempre la década de los setenta y la historia del rock y el flamenco, primero junto a Raimundo y Rafael Amador en el rupturista e icónico “Veneno” (77), y poco después como pieza fundamental en la inmortal “Leyenda del tiempo” (79) de Camarón, con su ‘Volando voy’ incluido, llegaron los inciertos ochenta, donde su punk-flamenco sufrió un pequeño naufragio en el mar de sintetizadores y la oleada techno reinante. Pero las piezas del puzzle de Kiko Veneno encontraron su sitio en los noventa, firmando dos cimas creativas de su discografía, los imprescindibles “Échate un cantecito” (92) y “Está muy bien eso del cariño” (95).

Con un cancionero afianzado a lo largo de los años y al alcance de muy pocos, tocaba renovación y re-despegue en “Dice la gente” (10), prosiguiendo la liberación de su tradición sonora en “Sensación térmica” (13), donde, con Raül Refree a la producción, experimentó y rejuveneció sin complejos su sonido, armándose de una instrumentación diferente a la habitual y creando con cuidadosos arreglos, novedosas armonías. A estos brillantes surcos (menos valorados de lo que debían), les siguió “El Pimiento Indomable” (14), disco de autoría compartida con Martín Buscaglia y primer acercamiento claro al mundo de la electrónica, que nos pone sobre la pista de lo que nos ocupa.

Kiko se recoloca el sombrero agujereado y tras hacer programaciones y maquetar 22 canciones en su casa, vuelve a llamar a Buscaglia, que le ayuda a elegir los 10 temas finales, grabar las bases y darle el tempo y el tono adecuado. Pero en esa camaleónica esencia de buscar la contemporaneidad, había que soltar los galgos electro-punk del jerezano Santiago Gonzalo “Bronquio”, para dar un giro mortal extra y conseguir llegar a la meta. Dicho y hecho. Capa final con Bronquio en los estudios La Mina de Raúl Pérez “y ya está, está madura la higuera”. Con todos los riesgos asumidos, tenemos en las manos “Sombrero roto”, uno de los trabajos más atractivos y sorprendentes de su trayectoria.

El Kiko Veneno de siempre y el de nunca, el que creció bajo los influjos rock del «Popotitos» de Enrique Guzmán y el «Twist and shout» de los Beatles, pasando por la copla del sur, los carnavales de Cádiz y la rumba catalana, mezclada con aires africanos y punk, hasta llegar a la atracción última que siente por la música de Kendrick Lamar, emparentándolo en ese sentido con otro artesano de canciones, Kurt Wagner (Lambchop), separados y unidos al ritmo del “Top pimp a butterfly” (15) por la fina línea que va de Triana a Nashville.

Ya en el adelanto, la hipnótica y lisérgica «La higuera», single que enciende la mecha del disco, caemos rendidos a los beats electrónicos que marcan los rayos de sol de la flamante propuesta. Respetando sus raíces sureñas, el costumbrismo de sus letras y el humor y la ironía como única bandera, deja claro desde el primer minuto que su veneno va siempre de la mano de los tiempos, filtrando sus historias entre luminosos sintetizadores, abriéndose paso bailando en la oscuridad que nos ha tocado vivir.

Del círculo vicioso donde el miedo es lo que da más dinero y el dinero lo que más miedo da, en «Quiero ser español», con frases geniales como “yo quería un despertador y tú me estás vendiendo alarma”, a la tristeza de los centros comerciales de «Ojalá» o la bella y trágica historia de Eloy y Andrea en «Vidas paralelas». Canciones conectadas que narran la incomunicación de la sociedad de consumo sin conciencia, en la que por muy virtualmente unidos que estemos, hay personas que, aunque se busquen, jamás se encontrarán.

Pero por encima de desconsuelos, a Kiko Veneno le corre por las venas luz y entusiasmo, efervescencia, alegría y amor en cada verso que, acompañado al unísono por estos nuevos latidos electrónicos, terminan por espantar las sombras que nos sobrevuelan. Y es que, “aunque haga frio y aún las hembras no estén en celo”, no nos faltará un buen vaso de vino para brindar bajo el trino del «Chamariz», donde Kiko deja claro que, pase lo que pase, “no hace falta para cantar, esperar la primavera”, o en ese «Autorretrato» donde se ríe de sí mismo y busca nuestra complicidad en los defectos compartidos, pasando por la energía desbordante de un contagioso y chispeante «Títiri» rumbero, que vale más que mil discursos de los títeres políticos que nos rodean.

Con la revolución creativa que palpita en “Sombrero roto”, Kiko Veneno “cierra” el círculo que comenzó a trazar hace 42 años, aunque en sí, el verbo “cerrar”, no tenga mucha cabida en un cancionero que es búsqueda y fluir constante. El título del álbum remite a la canción «Los Delincuentes», de su debut junto a los hermanos Amador, donde cantaba eso de:

“Me quiero asegurar / que mi sombrero está bien roto / y los rayos pueden entrar en mi cabeza”.

Lo confirmamos cien por cien: Kiko sigue aireando su mente, sacando historias genuinas, rayos y centellas de su chistera. Un continuo estudiar el pasado, revisitarlo, pero mirando al frente con receptividad y alas bien abiertas, para abrazar con desenfado y jondura la inmediatez y la espontaneidad de todo lo que vale la pena. A eso remite la canción titular:

“Sombrero roto siempre buscando / por los caminos hoy como ayer, / personas llenas de alma y coraje, / versos tan dulces como la miel”.

Y en medio de todo, parando las manecillas de los relojes pasados, presentes y futuros, una «Obvio» en la que, envuelta en una sesión de cuerdas de película, Veneno teje la más emocionante y sincera canción de amor que ha escrito hasta la fecha.

Obvio que he pensado en lo nuestro, / de hecho otra cosa no he podido hacer… /Aunque no sabía todavía que lo nuestro / llegaría a existir alguna vez…”.

«Miss You» nos mece y se convierte, a fuego lento, en la que será la perfecta canción de cierre, esa que te hace ver estrellas fugaces en los techos de hormigón y que eches de menos hasta lo que aún no ha terminado, pero sientes que ya se te escapa entre los dedos.

El arte no sólo se desborda por las pistas del álbum, sino que “Sombrero roto” está editado en formato de libro-disco, en el que se cuida hasta el último detalle. Con Adán López al mando (hijo de Kiko) y la obra pictórica y plástica de Marta Lafuente y Carmela Alvarado (colectivo “Rayos en tu cabeza”), analizan a lo largo de las páginas, la creatividad en general y el proceso creativo en la vida de Kiko Veneno en particular, centrándose sobre todo en este último y revitalizante lanzamiento.

 

Texto: David Pérez

 

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