Vi en directo al trío holandés en un pequeño club antes siquiera de haber escuchado ninguna de sus grabaciones. Me dejaron absolutamente admirado, aquella noche hicieron ostensible una soltura instrumental insólita siendo apenas unos veinteañeros y una actitud frente al público más propia de aquellos que llevan años en la batalla y se han enfrentado a todo tipo de audiencias. Tamaña exhibición me llevó a indagar en su obra hasta aquel momento y a no perderles el rastro a partir de entonces. Salvo en el primer álbum, algo inseguro e inconsistente —eran unos adolescentes imberbes cuando lo grabaron—, en el resto han ido demostrando que están hechos de la mejor madera. Lo suyo es rock firmemente enraizado en los sesenta y los setenta, con los infaltables aportes de blues y de hard triposo, pero tocado de una frescura insultante y una claridad de planteamientos que los pone a millones de años luz de los meros practicantes del revivalismo per se. En este nuevo álbum, el mejor de su ya amplia discografía —cinco en estudio, un directo y un puñado de sencillos y EPs—, alcanzan unas cotas de finura, cada cosa en su sitio, ni una nota gratuita, ni un solo innecesario, difícilmente superables dentro del estilo. Una grabación muy equilibrada en todos los sentidos que va liberando talento tema tras tema hasta culminar en la canción que pone el cierre, «Outta Step & Ill at Ease», una composición rebosante de alma que encierra en sus seis minutos de duración todo lo bueno que atesoran. Jóvenes prodigios.
MANEL CELEIRO
