Confinados a un eterno epílogo tras el exhibicionismo de su escultura pene-punk, Apocalypse Dudes, los turbopuercos vuelven a salir del cuarto oscuro para pasar la gorra de cuero entre su legión de fanáticos; y es que alguien tiene que pagar el aceite de sus motores anales. Pinchar RockNRoll Machine es activar una prometedora bomba de humo que, saturada de los manidos recursos de los Negro, no tarda en desvanecerse como aquella cortina que escondía al pobre pelanas del Mago de Oz. Los restos de un mínimo logro se esconden casi exclusivamente en una fútil autoparodia y en los guiños a un sonido extraído del rock radioformulado a través de unos pocos estribillos y artilugios tan atractivos como un billete falso. Lo interesante del nuevo plástico de los noruegos apunta a una época casi nunca reclamada con suficiente empeño, la de los brillantes y fardones Blue Öyster Cult del Revolution by Night y otros hitos de la vilipendiada era adulta del rock. El detalle excita y demuestra gusto, pero los hurtos de los chaperos de duro escroto rebozado en jeans no rozan el calibre de sus estafados ídolos, y es que copiar a los flamantes April Wine es más difícil de lo que parece, nena. Por otro orificio, el contenido lírico-farlopero-guarrete resulta tan poco peligroso y seductor, por poco creíble y poco chistoso, que termina convirtiendo la promesa turbonegra en una flatulencia bañada en Disney Rock que no sería capaz de dilatar tu fanático ano ni tirando de popper.
RAFA SUÑÉN