En el número de abril de la edición papel de Ruta 66, dedicamos la portada a Hurray for the Riff Raff, la banda de la carismática y combativa Alynda Segarra. Rebelde a la fuga desde los 17 años, Alynda subió furtivamente a trenes para conocer la verdadera América y acabó instalándose en Nueva Orleans y, más tarde, Nashville. Allí redescubrió quien era realmente, una portorriqueña del Bronx. Admitirlo finalmente la llevó a grabar su mejor disco. Debuta con su banda en nuestro país el próximo 14 de julio, en el festival Mad Cool. Reproducimos la entrevista al completo.
Llamada telefónica Barcelona-Nueva Orleans. Responde Alynda desde su móvil: una voz juvenil pese a todo lo vivido, dispuesta a explicarse y convencida de lo que expone, seria y al tiempo risueña. Al preguntarle por su español, lo define como terrible. ‘’Mis padres nunca me hablaron en español’’, zanja sin lamentarlo demasiado. Una ciudadana estadounidense que tardó treinta años en reconocerse en el alma de su propia gente.
¿Recuerdas la primera vez que te impactó la música?
Sí. De niña me encantaba El Mago de Oz. Amaba a Judy Garland, era para mí la cantante definitiva. La veía cantar y la imitaba, una y otra vez, e intentaba comprender cómo cantaba, quería sonar como ella y movía mis labios con los suyos. Todo lo que anhelaba era cantar como Judy Garland.
Eso fue lo que te llevó a los musicales de Broadway…
Sí, supongo. Me encantaba Rent. Recuerdo que cuando la estrenaron fui a verla varias veces. Me gustan los musicales porque me gusta escapar de la realidad, pero con Rent era la primera vez que los personajes hablaban de cosas reales, eran la clase de personas que ves por la calle en Nueva York. Lograban hacer toda una declaración al tiempo que te distraían de la cruda realidad. Me gustó la idea de hacer música como una forma de evadirse pero que además aliviase a la gente y tratase de conectar con ella.
Como portorriqueña, ¿qué opinas de West Side Story?
¡Oh, West Side Story lo fue todo para mí! Me impactó muchísimo. Era la primera vez que veía algo portorriqueño formando parte de la cultura dominante. Claro que yo la vi en los años noventa, y la película es de principios de los sesenta, pero aún así era la primera vez que veía algo portorriqueño en el mainstream. La ponía casi todas las noches. El Mago de Oz y West Side Story eran mis dos diversiones principales, no me cansaba de verlas. Si te fijas en la iluminación, en los colores de West Side Story, es tan moderna. Resulta increíble lo hermosa que es, ha mejorado con el paso del tiempo.
¿Conoces algo de tus raíces hispanas? Segarra es un apellido catalán.
¡Oh, no lo sabía! Solo sé que la abuela de mi padre era de Canarias. Es lo único que conozco más allá de Puerto Rico. La ventaja de ser un portorriqueño nacido en los Estados Unidos es que sientes una conexión con la isla, te educan para que tengas esa conexión con la isla, aunque al mismo tiempo sea un lugar de fantasía en tu mente. Creo que los nacidos aquí siempre estamos buscando esa pieza que nos falta para saber quienes somos, pues sentimos que realmente no encajamos plenamente en la cultura estadounidense.
Volvamos a los tiempos en que viajaste por Estados Unidos, digamos que siguiendo al fantasma de Woody Guthrie, confiando en tu ángel de la guarda. ¿Sientes lo mismo hoy?
Oh, sí. A medida que me hago mayor cada vez creo más en los ángeles. Y en que, en tiempos tan duros como los que vivimos ahora en los Estados Unidos, tienes que agarrarte a esa creencia en la bondad humana, porque cuando pierdes eso las cosas se ponen muy, muy feas. A medida que me hago mayor creo más en los ángeles, en el espíritu de Woody, porque miro atrás y ahora comprendo la suerte que tengo de haber salido de todo aquello, de estar viva.
Bueno, dicen que un ángel vela por los niños y los borrachos…
Sí, y al haber crecido en Nueva York y haber vivido en Nueva Orleans, siempre he creído que las personas que viven en la calle, los pobres, aquellos que la gente ve como borrachos, los marginados, algunos de ellos son ángeles o santos de incógnito. Los seres más sagrados son aquellos que viven sin nada, más cerca de la tierra, cuando llueve se mojan y cuando hace calor lo padecen. Yo viví en esa otra realidad cuando me escapé de casa y vagabundeé sin rumbo. Luego regresé a la sociedad presuntamente normal, donde te encuentras totalmente desconectado.
Instalarte en Nueva Orleans estoy seguro de que fue positivo para tu música. ¿De qué modo?
Bueno, aquí la música es espiritualidad y es comunidad. La música no se usa para el ego ni para hacerse famoso y ganar dinero. Se hace para disfrutar del hecho de estar vivo. En los funerales, por ejemplo, se toca música. El domingo, si hace buen tiempo, hay un desfile y, como te sientes bien por estar vivo, tocas música. Hay muchos aspectos comunitarios y también espirituales en las raíces indias y africanas de Nueva Orleans que fueron muy importantes para mí. Era demasiado joven para comprender cual era mi papel en todo aquello, pero hoy comprendo lo importante que fue para mí instalarme aquí. Y tocar música en la calle, gratis, para que todos la disfrutasen.
Dices que los cantautores actuales ya no protestan, solo hablan de sí mismos. Tu álbum Small Town Heroes le canta a marginados, perdedores, parias. ¿Es esa tu voluntad principal al componer canciones?
Sí, porque siempre he sentido que ese es el lugar al que pertenezco. Ahí es donde encuentro el arte más excitante y la gente más interesante. De niña me gustó enseguida la poesía beatnick, Allen Ginsberg y los demás, y cuando lees sobre los poetas nuyorican ves que escribían sobre la calle. Pero todo ello se ha convertido en lo que tenemos hoy: la música folk ya no es música folk. La música folk actual es el hip-hop, gente que escribe sobre sus experiencias, sobre sus problemas y su lucha diaria, y es real. Creo que el hip-hop es actualmente la música política de la gente. Siempre he creído que al escribir canciones se debían escuchar las palabras de la gente de la calle, sus experiencias.
Hablemos de Hurrray como banda. ¿Queda alguien de los primeros tiempos?
No, todos han ido cambiando. Actualmente tengo a un guitarrista californiano, Jordan Hyde. También es californiano el batería, Charlie Ferguson. Sarah Goldstone, neoyorquina, toca teclados. Y Caitlin Gray, el bajo. Desde el principio los músicos han ido variando. El primer álbum lo grabé yo sola con mi laptop, tenía unos 19 años, luego me mudé a Nueva Orleans y empecé a tocar con otros músicos. Me gusta tocar con otras personas, pero es difícil encontrar a alguien que quiera dedicar su vida a tocar tu música, a veces llega un momento en que no quieren girar, prefieren dedicarse a su jardín [Risas]. No puedes hacer nada al respecto, tienes que seguir adelante y crear tu arte con la gente que tienes cerca y, cuando se van, debes dejarles ir.
Hablemos de la grabación de The Navigator, un álbum variado, cada tema un ritmo, sabor y ambiente distintos. ¿Qué aportó Paul Butler, el productor, a la grabación?
Paul fue una especie de guía espiritual. Yo llegué con mi visión del álbum pero no tenía la suficiente confianza en mi misma para llevarla adelante, me sentía muy cohibida como intérprete. Sabía que tenía una visión, que era bastante ambiciosa, pero no creía poder realizarla. Él fue el primero en decirme que no estaba preparada para ello, y me empujó a pensar distinto y a experimentar la música de otro modo. Yo tenía mucho miedo, me sentía atrapada en mi misma, y Paul verdaderamente me ayudó a expresar ese fuego interior. También entendió las referencias que yo tenía: escuchábamos a los Ghetto Brothers, a Patti Smith, a Lou Reed. De algún modo yo quería reunir todas esas influencias y hacer un álbum que representase a la ciudad, cualquier ciudad, pero especialmente lo que sientes aquí cuando sales a pasear por Nueva York, el ruido de las calles, un concierto de rock’n’roll. Quería todo eso.
No sabemos cómo termina Navita, si sobrevive o no. De sobrevivir, ¿crees que se sentiría empoderada o derrotada?
Creo que al final Navita acepta su misión. Es un sentimiento similar al mío. Se sale de su propio camino pues se da cuenta de que tiene un propósito y que en realidad no tiene importancia si no llega a ser la versión perfecta de todas esas distintas identidades. Entiende que su amor por su gente es más grande que eso. Y deja que su miedo se diluya. Creo que esto es lo que aprendí de ella: que a veces puedes salirte de tu camino y aceptar tu misión o la inspiración que se te ha otorgado, vivirla y hacer tu trabajo.
Me pregunto cómo reaccionaron tus padres ante una obra que recupera tus raíces portoriqueñas, los valores de esa cultura.
¡Oh, les encanta! Creo que finalmente se vieron a si mismos en lo que estaba haciendo. Estuve tanto tiempo corriendo, escapando de todo, explorando y aprendiendo en otras partes del país, que no me fijaba en mi propia familia, no estaba preparada todavía. Pienso que, del mismo modo que yo sentía que no encajaba en lo que se supone debe ser una mujer portorriqueña, mis padres tampoco sentían esa pertenencia, sentían que no eran lo que se suponía debían ser. Todo ello nos enseñó, a ellos y a mí, que hay mucha gente que tiene esa misma sensación y que, aun así, es importante sentirse orgulloso de quien eres.
¿Cómo ves el futuro? ¿Hay alguna posibilidad de que hagas un disco todavía más portorriqueño?
¡0h, me encantaría! Pero, últimamente, pienso que lo que me gustaría realmente es llegar a ser una artista global. He explorado mucho los Estados Unidos y ahora siento que sería importante conectar con gente en todo el mundo y aprender de otras culturas distintas. Ese es mi sueño, poder viajar por el mundo, aprender de otra gente, colaborar con ellos. Es mi objetivo.
Consulta el resto de la programación de Mad Cool Festival en: https://madcoolfestival.es
Texto: Ignacio Juliá
Fotos: Sarrah Danziger