Las hermanas suecas Klara y Johanna Söderberg han pasado en apenas una década de ser un simpático dúo de adolescentes, voluntariosas imitadoras de la música de raíces americanas, a crear uno de los mejores álbumes de lo que va de año.
La ecuación es sencilla. Por un lado hay talento, como quedó demostrado en su anterior Stay Gold (2014), para crear canciones que van más allá del homenaje y desvelan una personalidad potente. Además, las dulces armonías vocales de las suecas generan la misma ola imparable de nostalgia y belleza que conocemos de sus discos anteriores, pero madurando a cada paso. Finalmente, pero no lo menos importante, la pareja ha dado el salto a los Estados Unidos donde han puesto a su disposición todo tipo de medios y colaboradores, entre ellos Peter Buck, Glenn Kotche o McKenzie Smith.
Teniendo en cuenta que estos dos últimos vienen de bandas como Wilco o Midlake, debieron ver clara la apuesta. Cuesta no emocionarse con estas historias de ruptura – por lo visto a una de las hermanas le han roto el corazón – cuando se arropan con melodías que llegan a las entrañas, armonías celestiales y una música que, aunque quizás suene demasiado pulida y americanizada, a mí me ha convencido.
Texto: Fidel Oltra