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Bryan Ferry, Noches del Botánico, Real Jardín Botánico Alfonso XIII (Madrid)

 

El ciclo de espectáculos en vivo Noches del Botánico acogía una nueva visita del septuagenario músico inglés, esta vez a título propio, si bien la mitad de la actuación se centró en las viejas canciones de Roxy Music. La voz de Ferry ya no tiene la proyección de antaño, pero a cambio se presento en tan bucólico emplazamiento dando una lección de dignidad y saber hacer. Una clase magistral basada en la redefinición de las virtudes de un artista a medida que el tiempo hace mella, que justifica por si sola nuestra asistencia.

El viejo Bryan, que si algo tiene son tablas y un buen gusto contrastado a lo largo de sus casi cinco décadas de carrera, se hizo acompañar por una excelente banda, mezcla de músicos experimentados y jóvenes talentos. Así, mientras a su derecha contaba (nuevamente) con todo un Chris Spedding a las seis cuerdas, en el lado opuesto, era el joven talento danés Jacob Quistgaard quien abordaba esta misma tarea. Una decisión a todas luces acertada, a tenor del excelente resultado.

Lo acogedor del recinto, sumado a un excelente sonido, una temperatura perfecta y un número de asistentes que permitía disfrutar de la velada con cierta comodidad, pusieron el resto para que ni el más escéptico encontrara pero alguno a la hora de disfrutar del espectáculo. A ello ayudaron también, claro está, gemas eternas de los setenta como «Ladytron» y «Out of the Blue» o, saltando una década adelante y echando mano de su discografía en solitario, la sofisticada «Slave to Love», todas ellas despachadas a las primeras de cambio.

Si el cincuenta por ciento del set se centraba en el repertorio de Roxy Music, la otra mitad quedaba repartida equitativamente entre los discos en solitario de nuestro protagonista y su conocido gusto por las versiones. A los primeros dedicó un tramo especial durante la primera mitad de la actuación, demostrando que su radar, siempre desde la elegancia y sofisticación que le son propias, puede presumir de miras amplias, acariciando palos como el tango, el lounge melodramático o la sofisticación romántica de piezas como «Windswept», «Bete Noire» o «Zamba», títulos todos ellos que invitan a recuperar sus obras en solitario de los ochenta.

En materia de versiones, hubo variedad. Revisiones de Bob Dylan («Simple Twist of Fate»), Neil Young («Like a Hurricane»), Wilbert Harrison («Let’s Stick Together»), The Velvet Underground («What Goes On») y John Lennon (una celebrada «Jealous Guy» que sirvió para dar cierre a la actuación), todas ellas elegantes relecturas, habituales en su repertorio y/o el de Roxy Music desde hace décadas.

Sin embargo, lo más enjundioso del set, como no podía ser de otra manera, quedó en manos de los viejos hits de Roxy Music, los cuales sonaron inmaculados, respetando su esencia original con sapiencia. La exuberancia de «Re-Make/Re-Model», «Love is the Drug», «Virginia Plain» y «If There is Something», junto a la elegancia de «Avalon», y ese momento estelar que fue la interpretación a flor de piel de esa maravilla llamada «In Every Dream Home a Heartache», encogieron el corazón de los presentes para después hacer que se vinieran arriba y danzaran, toda vez comprobado lo especial del evento del cual formaban parte.

Aunque en líneas generales la voz de Ferry cumplió, hubo momentos estelares y otros más renqueantes, quedando estos últimos relativamente disimulados por el buen hacer del dúo de coristas. Esta falta de fuelle momentánea se acusó especialmente en una desdibujada «More Than This», probablemente el momento más decepcionante de la noche. Con todo, y en suma, hubo mucho más que aplaudir y celebrar en una actuación que resultó completa y muy disfrutable. Además, no hay que olvidar que a sus setenta y un años, el abuelo Bryan podría quedarse en casa cuidando del jardín y los nietos. Sin embargo para regocijo nuestro, éste toma la carretera, demostrando que al menos sobre las tablas sigue teniendo mucho que decir, y lo más importante, ganas de decirlo.

Fue bonito que, una vez finiquitado el tiempo extra, sonara la versión de «Johnny & Mary», clásico de Robert Palmer que el noruego Todd Terje bañó en sintetizadores para que el propio Bryan Ferry pusiera voz. Un auto guiño reivindicativo que pasó mayormente desapercibido, pues buena parte de los asistentes se encontraban reclamando un segundo bis que no acabó por llegar.

Apuntar también que un reducido grupo de afortunados y/o despistados (más de los segundo que de lo primero, lamentablemente), pudimos disfrutar de la magnífica voz de Dayna Kurtz, la cual, aún con algunos rayos de luz solar alumbrándonos, demostró que lo de su garganta es algo extraordinario. Una voz privilegiada que emociona incluso en el menos propicio de los contextos.

 

Texto y foto: Daniel González

 

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