Pese a su reciente tregua con Lou Reed en el totémico Songs for Drella (1990), su muy particular réquiem por Andy Warhol, y la materialización de su primera obra sinfónica oficiosa, Words for the Dying (1989), regreso a sus orígenes galeses musicando a Dylan Thomas, a principios de los noventa John Cale tuvo que adelantarse a lo que la crisis ha normalizado: ya que no salía a cuenta seguir empujando una banda ante salas semivacías, se presentaría en solitario a modo de maestro clásico-pero-menos, pulsando un piano y rasgando una acústica. Fragments of a Rainy Season (1992), con su tremebunda cita de Macbeth en portada, cumplía así el doble papel de álbum en vivo donde reordenar su material más lírico —con histerismos entre dodecafónicos y punk en títulos como «Guts» o «Fear»— y tarjeta de presentación ante las nuevas generaciones. Restaurado en el orden en que se desarrollaban los conciertos, es decir con los temas de Words for the Dying al principio, el nuevo Fragments… nos devuelve las exasperadas o tiernas lecturas de «Buffalo Ballet» y «The Ballad of Cable Hogue», «A Child Christmas in Wales» y «Paris 1919», «Chinese Envoy» y «Style It Takes», despiadados ecos del siglo pasado. Sobresalen la benéfica austeridad de «Dying on the Vine», originalmente bañada en antipática electrónica, y su muy personal adaptación de «Hallelujah» de Cohen, que poco después Jeff Buckley copiaría nota por nota. Se añaden descartes, algunos con sección de cuerda, y por vez primera hay prensaje en vinilo. Galvanizante radiografía de un músico entonces en la primera madurez, todavía hoy husmeando el futuro a sus 75 años.
IGNACIO JULIÀ