Tras un 2016 de lo más discretito en el que publicaron ‘’solo’’ un álbum, la banda australiana vuelve a sus cotas de fertilidad habituales entregando el primero de cinco volúmenes que verán la luz a lo largo de 2017. El líder de la banda, Stu Mackenzie, contaba el verano pasado en esta revista cómo empezó todo: ‘’Ahora estoy experimentando con guitarras modificadas por un amigo mío, con las que se pueden sacar más notas gracias a los cambios que le hace al diapasón’’. En ese momento muchos pensamos: interesante, sí, pero ¿las canciones seguirán siendo lo primero? El caso es que Stu y compañía terminaron dándole 200 pavos al colega de marras para que se los gastara en viejos instrumentos para tunear, y al final la idea ha cuajado en esta serie en la que experimentarán con diferentes formas de la música microtonal —típica de la música oriental, con más notas de lo habitual, llamadas microtonos—, pero sin dejar de ser absolutamente reconocibles, al menos en esta primera entrega. De hecho el disco arranca con una «Rattlesnake» que enlaza con el trance-rock de Nonagon Infinity. Pero a partir de ahí las melodías se sobrecargan con notas evocadoras de folclores ancestrales, creando atmósferas con un cierto halo de misticismo que en algunos casos funcionan mejor, y en otros peor. Y es que hay algunas derivas ensayísticas sin demasiada concreción a mitad de disco que restan gancho, como «Sleep Drifter», «Billabong Valley» o «Anoxia». Sin embargo, el fantasma del disco menor queda ahuyentado gracias a joyas realmente sorprendentes como «Open Water», «Doom City», «Nuclear Fusion» o la fabulosa samba-psych «Melting».
NACHO SERRANO
