Sentarse a escribir esto a las 03.36 de la madrugada no es una frivolidad, ni siquiera la búsqueda de una primicia casi imposible en la era de internet. Sentarse a escribir cuatro líneas sobre Gregg es pura y simple necesidad. Un foto suya, a su paso por el Azkena Rock Festival, luce en lugares de honor de las paredes de mi casa. Y es que los Allman son parte fundamental de mi educación musical.
La noticia nos ha pillado, a una parte de la redacción rutera barcelonesa, en mitad de un concierto en la sala Rocksound. Consternación máxima a la que ha reaccionado el jefazo de la sala pinchando «Midnight Rider», «Blue Sky» o «Jessica» nada más finalizar el pase del grupo que actuaba esa noche. Quizás el único lugar de la escena rockera de la ciudad condal donde ese deceso ha causado impacto.
Los Allman Brothers son largas tardes de verano sumergidos en los duelos de guitarras del directo de los directos, el puto At Fillmore East, horas intentando desentrañar la perfección hecha disco escuchando repetidamente el maravilloso Brothers & Sisters o el puñetazo en la cara de una resurrección artística brutal que tuvo como punto culminante el fantástico Hittin’ the Note. Un disco a la altura de sus mejores obras con la banda resoplando como la manada de elefantes que adorna su portada.
La hermandad sureña era la liberación hecha música, nadie como ellos, quizás solo Grateful Dead, han personificado la inexistencia de límites, el no ceñirse al estrecho corsé de los estilos y la libertad creativa de voy donde la inspiración me lleve.
Gracias por todo jefe. Tus compañeros te esperan en el cielo de la leña. Montad una buena jam, que la música no pare de sonar.
Carry on. The road goes on forever.
MC
