Parece ser que la gente de Blackie Books no pierde el olfato a la hora de publicar biografías de esas que dejan huella. En los últimos años James Rhodes nos conmovía con su historia de abusos infantiles, música clásica y salvación, y Mark Oliver Everett nos mostraba cómo sobreponernos a las adversidades a base de talento musical y explotar el reverso cínico de la realidad. Dos obras maestras que gravitan alrededor de la desgracia y la música como medio de catártica salvación. En esta ocasión Bill Murray nos muestra cómo puede disfrutarse la vida al máximo siendo uno mismo. Si en las dos obras anteriormente citadas el tema central eran las propiedades y efectos milagrosos que puede ejercer el arte para sobrevivir a cualquier circunstancia, en este retrato que nos dibuja magistralmente Gavin Edwards de uno de los actores imprescindibles del panorama cinematográfico independiente de las últimas décadas nos señala a Murray como salvador en sí mismo. Y es que ser Bill Murray mola, y mucho. Tanto que cuando nos sumergimos en su mundo de paseos en carrito de golf por la ciudad a altas horas de la madrugada, apariciones estelares en fiestas de desconocidos, comentarios impertinentes en contextos incómodos, improvisaciones exasperantes para directores de culto, fanatismo ciego en favor de los Chicago Cubs y demás elementos de su marciano universo, este mago de lo absurdo toma el mundo como si fuera su propio escenario para interpretar –literalmente- el papel de su vida. Nihilismo en estado puro. Uno de los imprescindibles de hoy en día. Sin duda.
RUBÉN GARCÍA