Conocí al cantautor de Memphis a su paso por la ciudad condal dentro de la gira Budget Helicopter Tour a principios de noviembre del 2010. Ejercía de aperitivo para las actuaciones de Austin Lucas y Drag The River y su breve recital me cautivó por sus canciones nerviosas, quebradas, y por una voz tremendamente expresiva. Pero, como suele pasar a veces ante tanto material al que prestar atención, no volví a saber de él hasta que cayó en la redacción rutera su álbum del 2014 The No-Hit Wonder del que escribí una reseña dejándolo por las nubes. Reseña que podría repetir palabra por palabra para referirme a esta grabación.
Cory es un compositor lúcido, un cantante excelente y un artista tan completo que consigue que un disco que mira en diversas direcciones —hay pop, rock, country, honky-tonk, folk y hasta llega a ejercer de crooner oscuro— no caiga en la dispersión y suene cohesionado y con todo puntualmente en su sitio. Aparte de conocer el secreto de dotar a los temas de esos señuelos, el solo de saxo a lo Clarence Clemons de «Blacksburg», las notas de guitarra tan simples como eficaces de «The Wow», las palmas y la panderetas que hacen volar «You Got Through» o el vals borrachuzo de «My Father Was an Accordion Player», que te hacen escucharlas en bucle una y otra vez.
Tengo la total certeza de que si este disco viniera firmado por alguno de los niños bonitos del presente, por ejemplo Ryan Adams, sería rápidamente elevado a los altares.
MANEL CELEIRO
