La actuación del maestro de maestros comenzó con rigurosa puntualidad británica, tal que a muchos pilló todavía haciendo cola para entrar en una Sala Apolo abarrotada. Junto a Greg Rzab al bajo y Jay Davenport a la batería (ambos músicos de Chicago), el trío hizo frente a la ausencia de Rocky Athos a la guitarra con la soltura propia de una formación que lleva más de 10 años tocando juntos, y con un Mayall que iba de aquí para allá entre teclados Roland y Hammond, su guitarra semi-hueca de jazz (avisando de las distancias con Eric Clapton), y su infalible armónica, protagonista de algunos de los momentos más inspirados de la velada. Presentaba canción tras canción con un inglés británico y un riguroso respeto por una audiencia de mediana edad, que se deleitó con temas clásicos como «Nature’s Disappearing» y otros modernos como «Ain’t No Guarantees». Pero, siendo raro en Apolo, esta vez el sonido no acompañó, ya fuera por el tenue volumen de la música, o por algunos energúmenos camuflados de amantes del blues que no dejaron de gritar hasta que el propio Mayall se refirió al conjunto como un público «maravillosamente ruidoso». ¿Ironía? Juzguen ustedes, pero, fantasmas aparte (y conste que no hablo de Muddy Waters), el repertorio siempre cambiante también estuvo a la altura esta vez, con sentidos homenajes a Jimmy Rogers («That’s Allright») y J.B. Lenoir («Voodoo Music»), nombres que no pueden faltar en una noche azul, como la reciente «Blue Midnight», fantástica interpretación de armónica incluida. Con gafas, camisa y collar de los ’60, se sentó para tomar aire en «A Special Life», y entre jams instrumentales, terminó el recital con el esperado bis de The Turning Point, «Room To Move», para completar las 2 horas de actuación antes de retirarse a descansar. ¡Ah, no! Que a sus 83 se quedó firmando discos hasta que el local echó el cierre… Y uno sólo puede decir aquello de quién los pillara.
Texto: Borja Figuerola
Foto: Sergi Fornols