Hace ya tiempo que Huelva salió de su rancia tradición de bandas de heavy y productos de raigambre andaluza —aunque parece haber un repunte setentero en los últimos años— gracias a The Strangers, Delbosque, Alien-Dude, o Rusty River. Se vive un despegue hacia el heavypop, que dirían Las Ruinas. Marklenders son un trío inasequible al desaliento, que parecen dejar atrás el noise duduá más o menos convencional de su anterior mini Bestiastral (2014), y arrojarse a la explosión rítmica en Meriendacena, para el que se vienen a la cabeza mil y una referencias patrias, proyectadas en trece cancionacas contundentes (su directo lo agradecerá). En «Ernesto (Parte 2)» parece imposible sustraerse del influjo de los murcianos Perro, a quienes recuerdan. El asunto de los tambores es fundamental en «Hank Scorpi», y la suculenta triada inicial se cierra con «P. Romi», entre surrealismo, chistes ¿privados?, y personajes de series de animación. En «Neón» exhiben el lado más clásico, y su estructura y desarrollo no desentonaría en el repertorio de unos Nacha Pop despistados, aunque sea evidente que la intención no vaya por ahí. En «Ojos» descomponen distorsionado un poema de Juan Ramón Jiménez con subyugante reverb de guitarra. Caben también lo psicotrónico, el garaje o el desbarre disco-electro, apartándose de posibles referencias anglófilas trasnochadas.
ENRIQUE MUÑOZ GARCÍA
