Hace ya tiempo que esta hija de mormones dejó de ser la sensual y talentosa artista que consiguió contactos y reconocimiento gracias a haber sido la canguro de los hijos de Tom Waits. Si bien estos curiosos datos en su biografía nos muestran que detrás de este aspecto angelical puede esconderse una persona curiosa y con una personalidad poliédrica, son sus canciones, su prolífica discografía y su enorme capacidad para avanzar en ese eterno proceso evolutivo en el que se enfrascan los artistas los que brillan con luz propia y la confirman como una de las voces femeninas más atractivas de hoy en día. Si en un pasado nos enamoraba con ese bello experimento de desnudar canciones pretéritas en Undress y hace unos meses nos deleitaba con un trabajo a cuatro manos con el mismísimo Sam Beam, ahora ataca con esta nueva obra en que vuelve a dar en el clavo tanto en lo formal como en lo conceptual. Si el título y alguna de las canciones abordan la reflexión del valor del presente en contraposición con los recuerdos, también hay tiempo para horrorizarnos con la crueldad del amor o de la indefensión que podemos sentir ante la muerte. Acompañada esta vez por Blake Mills, sus canciones van desde lo épico a lo íntimo, recurriendo a esa perfecta asimetría que atesoran muchos de sus discos, sin olvidar ese toque de cabaret un punto decadente que le debió marcar a fuego el maestro Waits.
RUBÉN GARCÍA