El «beasto» Tex Perkins ha encontrado la fórmula perfecta para mantenerse en forma, más allá de su figura referencial dentro de la escena australiana y por encima de esa leyenda de mula indomable que arrastra desde los tiempos de The Butcher Shop, The Beasts of Bourbon o Salamander Jim.
Al final todo se reduce a un no parar de moverse, como un tiburón en mitad del océano, adaptándose a la corriente en cada momento y mutando a la piel que más le conviene. Así lleva más de dos décadas, tirando de proyectos tan variopintos como The Cruel Sea, la súper banda Tex, Don & Charlie o estos The Dark Horses donde vuelve a dejarse acompañar por Charlie Owen y con los que acaba de grabar su quito álbum de estudio. Resulta curioso que una formación circunstancial como esta, formada en un principio para cumplir el compromiso contractual de editar un disco en solitario, haya acabado demostrando tanta cohesión y arrojando un rédito tan rico y nutrido. Tunnel At The End of The Light no supone un cambio sustancial respecto a otros discos anteriores de los potros, aunque sí que replica con maestría y elegancia toda una tradición sonora que comienza en Johnny Cash y se cierra con Lee Hazelwood. El punto de partida, aunque intenso, sigue siendo el mismo: ese pozo ciego y profundo infectado de folk polvoriento, country rugoso y rock atávico marca de la casa. Otro trago de whisky en nuestro vaso favorito.
Texto: Emilio R. Cascajosa