No hay álbum de Metallica – ni siquiera Kill’em All- que no haya estado sometido a un escrutinio feroz. Sólo ha aumentado el número de gente opinando, y los críticos son ahora legión. Una nueva opus de Metallica es tópico de obligada discusión, algo sobre lo que se debe tener opinión. Hardwired…to Self-Destruct llega con brío y autoridad, 12 canciones, casi 80 munutos de música; y pese a todo el criticismo acumulado en ocho años, sale con la frente alta, sin necesidad de mirar atrás. Hay varios aciertos, casi todos ellos localizados en el primer disco. «Hardwired» es una andanada thrash de la vieja escuela, una veloz y optimista apertura. «Atlas, Rise!» es por lejos la mejor canción del álbum, una construcción ambiciosa e inteligente. «Now That We’re Dead» podría ser un single más del Album Negro. «Moth Into Flame», con esos guiños a la NWOBHM sale airosa sobre un estribillo algo vulgar. Y «Dream No More» recupera la temática Lovecraftiana en una melodía y tonos inéditos para Hetfield. Variedad. Este es el mayor mérito de Hardwired…to Self-Destruct. Cada canción es una isla diferente de la anterior, con su fauna y flora. Es aquí donde Metallica ganan por lejos a sus contemporáneos, lejanos aspirantes al trono, o a cualquier policía de la moralidad metálica: Metallica saben hacer canciones, como nadie en el género. No todo el tiempo, por supuesto, ni con el añorado componente de drama y vanguardia de sus obras maestras. La marcial «Confusion» abre el segundo disco con autoridad, pero a partir de allí el ímpetu se diluye. «Murder One» como homenaje a Lemmy podría estar mejor, y «Here Comes Revenge» y «Am I Savage?» son fácilmente olvidables. Quizás alguna pieza más como la rápida «Spit Out The Bone» desplazaría el centro de gravedad del álbum y lo tensionaría más. Metallica bien pueden estar satisfechos con Hardwired…to Self-Destruct, que los sitúa con justicia del lado de una victoria que sus detractores no esperaban. El fuego se combate con el fuego.
Daniel Renna