Algunos dudan en atribuir a The Clash el primer acercamiento entre el punk y el ska, rocksteady y sucedáneos, pero lo que es innegable es que sin ellos nunca hubiera existido una banda como Rancid. Y es precisamente sin ésta, que me pregunto a qué sonarían los de Los Angeles en su segundo elepé, donde deciden arriesgar poco o nada, de nuevo bajo el mando de su padrino, Tim Armstrong. The Interrupters (Hellcat, 2014) fue un debut simple pero prometedor, y sobretodo, entretenido. Sin embargo, aquí olvidan las posibilidades del género, que, aunque limitadas, hacen que te preguntes si han escuchado si quiera alguna vez bandas como Sublime o No Doubt. Porque aquí deciden dejar de lado todo atisbo de personalidad en favor de una composición que no deja huella, y si bien el punk no tiene por qué tener mayor pretensión que la diversión, esto choca frontalmente con el contenido reivindicativo de las letras. Pero la tragedia es mayor al escuchar cómo la cantante Aimee Allen ha olvidado modular su voz para convertirse en Brody Dalle, una suerte de Courtney Love rejuvenecida, o –todavía peor– una imitación del propio Tim Armstrong con pechos. No me malinterpretéis, el álbum es distraído, pero antes de continuar, deberían preguntarse dónde quieren ir exactamente. El guitarrista Kevin Bivona dice que todo se trata de lealtad, familia, amistad y unidad tocando ska. Aquí un consejo: que prueben de dejar al cantante de Rancid fuera de esa unidad, y a ver qué sale.
Texto: Borja Figuerola