Algunos discos –algunas obras de arte, ampliemos espectro- aparte de lo que intrínsecamente representan, son una especie de catarsis. Un ejercicio de autoayuda, una psicoterapia en la que el artista vuelca todo aquello que le atormenta. ‘Golden Age’ es una de esas obras. La lista de desgracias que ha sufrido el bueno de Staples en los últimos tiempos es de las que asusta: fallo del páncreas y diagnóstico de diabetes, un accidente sobre dos ruedas por el que tuvo que pasar por quirófano y, de postre, una ruptura sentimental de las que te dejan desolado.
Ante tamaño panorama sólo quedaba lamerse las heridas y facturar un disco autocompasivo y deprimente, o –como es el caso-, echar la vista atrás con una idea muy clara en mente. Esto es, el pasado es el pasado, e idealizarlo creyendo que nunca podremos ser tan felices como fuimos en pretérito es una pérdida de tiempo. ‘Siéntate un momento y concéntrate, sé honesto contigo mismo, no todo fue tan fantástico’, canta engañosamente alegre en el tema que titula el disco.
Y es con ese espíritu que nuestro hombre nos entrega una docena de serenas, inspiradísimas reflexiones al respecto basadas en su brillante sentido de la canción pop –atrás quedan sus tiempos con los bastante más ruidosos Twothirtyeight, su primer grupo-, arropadas por una sobria instrumentación acústica apenas salpicada por un frágil piano o unos vientos puntuales.
Y de este modo, recordando su niñez en ‘Cheap Shades’, o reflexionando sobre el fin del amor y, al mismo tiempo, de la juventud en ‘Always On My Mind’, el cantautor de Pensacola nos desnuda su alma –suena tópico pero para eso están los mismos- de un modo que uno no recordaba desde ciertos momentos del Eels más sincerado.
Eloy Pérez