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Bala – Sala Costello (Madrid)

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“Mira que sois exageradas. ¡Si la música está llena de tías!”, esa suele ser la reacción de cualquier hombre blanco heterosexual cisgénero ante cualquier mínima queja sobre la invisibilidad de la mujer en el panorama musical. Una frase que, deconstruída, nos da como resultado un menosprecio tintado de paternalismo (“exageradas”), tanto como un “cajón-de-sastre-genérico” (“sois”).

Ante esta típica respuesta prepotente y ciega, en tanto que demuestra su incapacidad para admitir una visión distinta a la suya (predominante) y su no menos preocupante desinterés por conocer aquello de lo que nos quejamos, una tiene dos opciones: pasar a otro tema (algo bastante respetable, teniendo en cuenta que ya acaba una lo suficientemente cansada del curro y del mundo en general como para ocupar su tiempo de ocio evangelizando con la palabra feminista a aquellos que ni siquiera se van a tomar la molestia de escucharla), o contra-atacar.

“¿Ah, sí?, ¿La música está llena de tías? Oh, por favor, ilustrame”. (Ya sabemos que a los hombres-heteros-cis-blancos les encanta explicar cosas a las mujeres, como bien escribe Rebeca Solnit en su último ensayo).

“Pues… eh…. (se nota que empieza a sudar. De repente se da cuenta de que, a lo mejor, no hay “tantas” tías) Mmmm… Edith Piaf”.

¡Ajá! Aquí nuestro sujeto ha recurrido a un caso arquetípico de mujer-en-la-música: una intérprete y compositora (aunque este último título le tardara en llegar) que actúa sola y canta. Sin pretender convertir esta humilde crónica en un tratado de musicología feminista, sí que es interesante comprobar cómo el hecho de cantar nunca ha sido inconveniente en la moral judeocristiana (ni religiosa en general). Que las mujeres cantasen era un síntoma de clase y elegancia en cualquier fémina, dado que se trataba de un regalo de Dios que no había de trabajarse. Además, la Piaf acabó muriéndose de vicios alcohólicos, por lo que la moraleja bienpensante de “si te exhibes ante los hombres vas a acabar mal”, se cumplió.

“Ya… ¿Y una viva?, ¿en una banda?, ¿de rock, por ejemplo?”

“Eh… (aquí los chorretones de nuestro sujeto empiezan a desbordarse)… ¿Las Vulpess?”

“Ya… uno que no sea de los 80”.

“Joder, ¡es que me estás poniendo muchas trabas!”

Y la conversación termina demostrando que aquí, nuestro “listillo”, no tiene ni idea de grupos de féminas dentro del rock, porque (entre otras muchas cosas) apenas existen representantes. Y eso que ni siquiera nos hemos metido en las lindes del rock español.

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El papel de la mujer en la música ha sido denostado una y otra vez, como ya explicaba maravillosamente Patricia Godes en un reciente artículo. Dentro de la música, el rock siempre ha sido un territorio hostil para las féminas que no encajaban en el papel único reservado para ellas: el de groupies. Difícil es encontrarse “grupos de tías”, tanto como managers “tías” o, incluso, periodistas musicales “tías”. Un hecho triste e injusto que viene a remendar el documental “Sin tu permiso. Nosotras en la escena hardcore y punk estatal” que se presentó el pasado 16 de septiembre en la sala Costello de Madrid. Un ensayo audiovisual sobre el papel de la mujer en el más-difícil-todavía mundo del punk. Y del punk español, ojito. Un título que parte del conocido lema de las Riot Grrrls, “esto está pasando sin tu permiso”, y que sigue la pista a varios grupos como Bikini Kill o Fugazy para visibilizar no solo el trabajo de estas féminas, sino los casos de discriminación aún persistentes en pleno siglo XXI, en pleno Primer Mundo, en plena época de Tercera Ola del Feminismo.

Como apoyo en la presentación del crowdfunding, las gallegas Bala y los madrileños Doble Capa demostraron que a las mujeres también les gusta eso de pegar guitarrazos y darse de hostias contra las baterías. Doble Capa con su hardcore denso e instrumental, construído a base de una simple cigar-box guitar y una batería, amén de los siempre útiles pedales de distorsión y loops. Mucha reverb, una capacidad magistral para dominar el feedback a su favor y sacarle un partido insospechado y un ritmo pegajoso, cercano al mantra, que no se interponía a las ganas de headbanging del guitarrista.

Las gallegas Bala, sacándole brillo a “Human Flesh” (Matapadre, 2015) y sorprendiéndonos con unos cuantos temas nuevos, en los que (por fin) se atreven con el español. Voces guturales, una batería prodigiosa de la que parecían salir seis brazos en lugar de dos, guitarra (una, y sin pedales ni artificios) cargada, metalizada y ruda, capaz de lanzarse con el más puro hard rock como de huir a la virguería y el sentimentalismo más primitivos. Todo ello, aperitivo del pogo que se venía sintiendo y amenazando y que terminó (como no podía ser de otro modo) con V en volandas del público, no antes de ser duchada por Anx (guitarra) con las botellas de agua que rodeaban el escenario. Un final apoteósico perfecto para un proyecto “necesario” (como lo definió Anx), valiente y (cómo no), low cost. Muchas ganas de verlo. Y de vernos. A nosotrAs.

 

Texto y Fotos: Elena Rosillo.

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