Veintitrés años después de debutar entrando por la puerta grande, Stuart A. Staples y los suyos nos visitaban, una vez más, con un nuevo e inspirado álbum como excusa. Y es que si hay algo plausible en la conducta de Tindersticks es esa capacidad para equilibrar un ritmo de edición alto con un nivel de exigencia cualitativa que le va a la zaga.
Las canciones de The Waiting Room merecían ser presenciadas en todo su esplendor, y qué mejor escenario que el del Price para cumplir esa premisa. Con un sonido impecable y una iluminación cuidada y detallista (estelares esos fundidos en sincronía con la música) los de Nottingham exhibieron su buen hacer incidiendo en sus últimos discos, pero sin perder de vista clásicos como «She’s Gone» (cuyos primeros acordes generaron una entusiasta reacción entre los presentes) o la épica bien entendida (tomen nota Chris Martin y Win Butler) de «My Oblivion». En cuanto a las nuevas, destacar la profundidad de «Second Chance Man», o el onírico ambiente de una «Hey Lucinda» en cuya introducción asistíamos a un bello diálogo entre vibráfono y xilófono. También se atrevieron con una sentida reinterpretación de «Johnny Guitar», clásico de Peggy Lee que se convirtió en uno de las cumbres del set. El inconfundible timbre de Staples, macerado a base de canciones y poesía vital, dosificó con sapiencia las cotas de emoción que se requerían a cada momento. Y precisamente en ese buen manejo de las emociones reside la grandeza de Tindersticks, una banda que desprende belleza cinemática, pero que sabe como evitar el empalago a base de tablas, sobriedad y concentración.
Texto y foto: Daniel González