El jardín del Palacio de Pedralbes es un magnífico paraje que se aísla entre sus muros del resto de la ciudad, y que permite pasear, correr, e incluso despejar la mente para dejar entrar en ella la visita de un sueco de origen argentino que lleva ya tres discos maravillosos a su espalda. Acertada apuesta la de un festival elitista pero no prohibitivo, rico en comodidades y facilidades, que sabe bien que la música de José González proporciona el regusto dulce de la fruta madura al paladar, sin renunciar a un ápice de ritmo o de beat (o de «Heartbeats», en este caso).
Abrió en solitario interpretando «Crosses» con su vieja guitarra de cuerdas de nylon, para acompañarse después de cinco músicos entre teclados, coros y percusión. Juntos hicieron gala de un repertorio que incluía temas de su banda en pausa indefinida, Junip («Walking lightly», «Line of fire»), y otras versiones de Kylie Minogue («Hand on your heart») o Massive Attack («Teardrop»), además de la ya mencionada de The Knife.
Fue dulce, pero no empalagoso, y el ritmo se contagiaba con el tap-tap de la palma de la mano sobre la pierna. Se arrancaron palmadas y algún canturreo, pero sobretodo aplausos de un público al que la escasa hora y cuarto de recital le supo a poco pese a no expresar su disconformidad. Ya se sabe: lo bueno, si breve, dos veces bueno, y aquí tenías un dos por uno con un sueco-argentino que le ponía azúcar para agitarlo después, y que entre canción y canción supo aprovechar el idioma para ponerse al auditorio en el bolsillo. Una bonita velada.
Texto: Borja Figuerola
