Leer el anuncio de que Steven va a grabar un álbum vaquero va parejo a esbozar una sonrisa y pensar: «Ay Dios lo que puede salir de ahí». Pero también es lícito darle una oportunidad dada su condición de perro viejo (ya saben, sabe más el diablo por viejo que por diablo) y elucubrar sobre si será capaz de hacer las cosas bien. Es decir, ponerse en manos de un productor con sabiduría y cribar un repertorio adecuado. Así que solo resta cruzar los dedos y esperar.
Los peores augurios se hacen realidad una vez el compacto aterriza en el reproductor. ¿Qué cojones entienden por country estos tipos? ¿Quién es el iluminado que lo guía y le dice: «tío, es que lo bordas el country, que trabajo más cojonudo estás haciendo»? Que Justin Bieber indique que piensa hacer un disco vaquero y le salga un pastiche pues puedo llegar a entenderlo. Su bagaje musical no es ese. ¿Pero Steven? Viene del blues y el rock & roll, es perfecto conocedor de la tradición musical de su país, la lleva en su ADN, sabe (o debería saber) cual es la pradera en que va a plantar sus botas.
We’re All Somebody from Somewhere es un disco que no se sostiene. Ni uno solo de sus temas resiste más de una escucha e incluso los hay que pueden recibir el generoso calificativo de infumables. Y si no díganme ustedes de qué manera se pueden calificar canciones (¿canciones?) como «Hold On (Won’t Let Go)», «Love is your Name», «I Make my Own Sunshine», «Gypsy Girl» o «Somebody New». En mi opinión claro, que seguramente a legiones de cincuentones bronceados y cincuentonas siliconadas se les revolucionarán las hormonas escuchando baladitas del palo de «It Ain’t Easy» mientras se toman un daiquiri en el jardín. Carne de la peor FM norteamericana con todo lo de negativo que puede encerrar ese término.
Antes he escrito que no se sostiene por ningún lado. Mentira. Si algo se puede destacar de la grabación es que el cincuenta por ciento de los Toxic Twins todavía tiene la garganta en buena forma. Por lo menos en estudio. Y, claro, no hace falta dar demasiadas vueltas para llegar a ese punto en que fantaseas y visualizas a Tyler facturando discos como los que en los últimos tiempos han lanzado gigantes como Tom Jones, Neil Diamond o metido en una vuelta a lo básico a la manera en que lo hizo Cash junto a Rick Rubin para dar despedida a una carrera con Aerosmith que ha dejado huella profunda en la historia del rock.
Fantasía que se desvanece conforme avanza el compacto. Cuando crees que no se puede ir a peor suena «Sweet Louisiana» y las ganas de abalanzarse sobre el reproductor para acabar con tamaña tortura se acrecientan hasta que oyes lo que perpetra con un clásico del calibre de «Piece of my Heart» y ya no puedes más. Esta jodida galleta no sirve ni para posavasos, mejor lanzarlo por la ventana.
Manel Celeiro