Mucho tiempo ha pasado desde su anterior trabajo, aquel ‘It’s Been A Long Night’ editado en 2011 con el que, al parecer, cerraba una inopinada trilogía inicial. Un silencio de casi cinco años roto ahora con un disco –homónimo, con lo que eso suele significar en términos de renovación/reinvención- que es un nuevo paso en la personalísima trayectoria del rocker luso pero, en cualquier cado, sin desviarse demasiado del camino emprendido una década atrás. No hay nada en estos surcos que no hubiéramos escuchado antes en mayor o menor medida, cierto es, pero la elegancia y el buen gusto siguen ahí. Reforzados, si cabe. Y eso es lo que cuenta.
Avanzando en su particular visión del rock americano entre lo clásico y lo alternativo (¿será eso que llaman ‘americana’?, y sin renunciar a su intachable faceta de crooner crepuscular –en la que se sigue moviendo con soltura, escúchense ‘Gipsy Eyes’ o ‘Today Forever’como muestra-, las nuevas canciones de Riley navegan sobre aguas engañosamente tranquilas para arrastrarte , en cualquier recodo, a unos rápidos que no por esperados dejan de hacerte zozobrar los oídos. Acompañado por unos Slowriders sobrios y solventes como es ya costumbre, nuestro hombre vuelve a descolgarse, en definitiva, con una pequeña joya de rock para escuchar con traje, corbata y botines.
Y a seguir rezando para que a alguien se le ocurra la feliz idea de traerle por fin al resto de la península. Y puestos a escoger –y a soñar-, en una gira de locales de pequeño y mediano aforo antes que en un festival. Aunque bueno, donde sea, traedle. Este hombre merece reconocimiento allende sus fronteras, pero ya.
Eloy Pérez