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Bunbury, Irving Plaza, New York

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Que Enrique Bunbury es una estrella consolidada en Iberoamérica es bien conocido por todos. Sin embargo, que el de Zaragoza sea capaz de llenar dos días consecutivos en una ciudad con una oferta musical como Nueva York no deja de ser muy meritorio. Viene de una intensa gira por tierras norteamericanas y, bajo el título de Mutaciones, se presentaba ante su público neoyorquino, el cual esperó pacientemente a que abrieran las puertas del recinto en una larga cola que daba la vuelta a la manzana aproximándose a la cercana Union Square. Es de justicia reconocer que sus seguidores eran mayoritariamente iberoamericanos y, en concreto, mexicanos, lo que quizá debería hacer que nos planteemos ciertas críticas a los artistas que brillan fuera de nuestras fronteras. Me parece muy destacable (y triste) que en el concierto de una de nuestras estrellas del rock más internacionales no hubiera apenas españoles. Y Nueva York no es precisamente una ciudad en la que habitamos pocos. Supongo que los banqueros patrios estarían a otros menesteres.

Acompañado de su banda habitual, Los Santos Inocentes, Enrique quiso hacer un repaso de sus treinta años sobre el escenario, que se dice pronto. A pesar de lo abultada de esa cifra, Bunbury mantiene su aspecto de rockstar impecable con una energía sobre el escenario digna de admiración. Vive cada canción como si la interpretase por primera vez y, en todo momento, tiene una conexión brutal con su público. “El Club de los Imposibles” calentó (aún más) el ambiente y tuvo su momento álgido cuando Enrique se quitó la chaqueta para mostrar ese tatuaje que rememora a su banda primigenia. Sonaron canciones míticas como “Avalancha”, “Mar Adentro” y “Maldito Duende”. Durante esta última, se lanzó tímidamente hacia el público, chocando manos por doquier. Y claro, el fervor de los asistentes no pudo ser mayor.

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La banda aprueba sin problema. Sin embargo, está a años luz del saber hacer de su líder sobre el escenario. Quizá sea a propósito, para que no se le robe protagonismo alguno. Ya saben, ¿qué estrella del rock no tiene un punto narcisista? Lo que resulta imperdonable es el sonido de la sala. Esta ciudad tiene una oferta infinita de excelentes recintos de conciertos y no acabo de comprender por qué tenemos que seguir volviendo una vez tras otra al Irving Plaza.

Don Enrique Bunbury entró hace tiempo por derecho propio en esa selecta suite de motel de carretera donde habitan los elegidos del rock and roll y, sin embargo, sigue dando la talla en cada una de sus actuaciones. Es un artista que no se ha dormido en su propia leyenda y, por ello, tenemos que cuidarlo como se merece.

Texto y fotos: Pepe Maza

One Comment

  1. justita justita la crónica

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