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Black Star Riders, Razzmatazz 2, Barcelona

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La primera reunificación de los Thin Lizzy post Phil Lynott llegó de forma tímida, casi sin hacer ruido en los países donde la impronta de Lizzy era grande y alargada. Sucedió en Japón, año 1996, no en Inglaterra, Irlanda, Alemania o Francia. Países estos cuatro donde la banda seguía arrastrando un culto irrebatible que hacía sino mantener la llama encendida años después a la muerte de Lynott. Aún y pese a la lejanía nipona, Scott Gorham, junto a John Sykes (Brian Downey lo dejó tan pronto como dio inicio la aventura para volver a sumarse a finales de 2010 y de nuevo, abandonar en 2012), reformó Thin Lizzy y el grupo empezó a rodar por el resto del mundo a finales de los noventa. Cientos de fans nos sentimos bendecidos de poder regocijarnos con esos temas en directo y durante años lo disfrutamos como si aquello fuese agua bendita caída del cielo. Pero todo tiene su final, un final que debiera ser bonito y ejemplar. Y como esto no tuvo final, a la larga acabó convirtiéndose en una parodia más que en una ceremonia feliz para los feligreses. Los Lizzy con Sykes acabaron por no sonar a Thin Lizzy; demasiados años en la carretera trajeron vicios innecesarios por sus intérpretes, fuese el propio Sykes o Tommy Aldridge, que aporreaba la batería como si estuviese en una banda de trash metal. Nada que se le acercase al sonido especial y romántico de cualquiera de las formaciones que lideró Phil Lynott. La gracia ya no era tal y la química era inexistente. Así que ni corto ni perezoso, Gorham decidió reestructurar la banda una vez más y en 2011 llegaron a España con una formación que sonaba algo más fiel al formato clásico de Thin Lizzy. Brian Downey estaba en la banda, el teclista Darren Wharton también, y Ricky Warwick (ex vocalista de The Almighty) respetaba el fraseo de Phil, sin ser una mera imitación.

 

No tardó aquella formación en caer bajo los rediles del sosiego y la autocomplacencia. Tan solo seis meses después, en el marco del Azkena Rock Festival, ofrecieron una actuación aburrida, sosa, carente de magia y disfrutable solo para los que influenciados por el alcohol a esas horas (actuaron demasiado tarde) berreaban «Whiskey In The Jar» o «The Boys Are Back In Town» como el que está en las fiestas patronales de su pueblo. ¿Cuál era pues el siguiente plan maestro de Gorham para seguir manteniendo el nombre de Thin Lizzy y mantener la ‘excitación’? El dichoso álbum de estudio. Evidentemente, recibió hostias por todos lados. Una cosa era mantener a la banda en directo con más o menos dignidad, otra era tocar un legado impecable (discográficamente hablando) sin la voz, la presencia, el talento y el liderazgo de quien dio vida e imagen a la banda en su única trayectoria a tomar en cuenta. Ya saben de quien hablo.

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Quizás por las advertencias que recibió de los die hard fans, quizás por la baja de Downey, pero Gorham hizo lo sabiamente correcto y lapidó Thin Lizzy para (espero) siempre. Nacen Black Star Riders y así una nueva identidad. Evidentemente, las canciones huelen a Thin Lizzy, ahí está su principal velador, pero Warnick hace de Warnick, el baterista Jimmy DeGrasso aporta una nueva energía, el propio Gorham se siente liberado de no tener que cargar con el peso de su antigua banda, y Damon Johnson (Brother Cane, Alice Cooper) disfruta como un niño al compartir escenario con su héroe y de no ser solo un hombre de banda, pues ejerce de alma y corazón en todo lo que relaciona al proyecto. Sé que su ilusión era formar parte importante de algo que, aunque remotamente, tuviese relación con Thin Lizzy. Bautizó Sarah a su hija por la canción incluida en Black Rose

 

Llegados a este punto, y ya entrando en el recital barcelonés, la puesta en escena es sobria y elegante. Damon es un tipo con esencia y cierto carisma, lo mismo que Warnick. Parecen disfrutar de lo que hacen más que tener que cargar con el muerto de un nombre pasado a sus espaldas. El telón de fondo ya lo dice bien claro: BLACK STAR RIDERS. Lo tomas o lo dejas. Scott Gorham se mantiene en un reluciente segundo plano. Es un reclamo escénico, pero no lo más esencial sobre el entablado. Evidentemente, su energía no es equiparable a la de Damon, Warnick o la del bajista Robbie Crane. Él es consciente y disfruta sin tener que llevar ese peso. Está ahí, se conserva relativamente bien, sigue tocando decentemente y cuando dobla las guitarras con Damon rememora las famosas duplas que formó con tantos héroes del instrumento. Jimmy DeGrasso, por otro lado, encaja mucho mejor aquí de lo que lo hizo con Alice Cooper. Conduce a la banda, sin exceso de protagonismo (o doble bombo) y hace que todo quede empastado a la perfección. Eso hace que el sentimiento de banda sea aún mayor.

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Evidentemente, el sonido de las canciones de sus dos discos recuerda mucho a Thin Lizzy. No son una burda copia, pero la intención es la de acercarse a unos hipotéticos Lizzy en pleno 2015. O al menos eso parece. ¿Funcionan por sí solas? Sí, y al margen de que te gusten más o menos los discos, en directo tienen mucha vida. De destacar algunas me pondría del lado de «Charlie I Gotta Go» y «Hey Judas». Una pena por otra parte que no hiciesen «Bullet Blues», casi mi tema favorito de cuantos han compuesto para la banda. En lo relativo al show, lo estructuraron de manera sublime. Cada vez que parecía que podía decaer te endiñaban un clásico de Lizzy a velocidad de vértigo para noquearte donde más duele. O donde más se siente, metafóricamente. Hasta siete piezas del cancionero de la flaca cayeron (incluidas las versiones de «Rosalie» y «Whiskey In The Jar»). La versión de «Emerald» fue de infarto, así como la de «Are You Ready?», pues a Warnick se le da mejor este tipo de canciones con cierta agresividad.

 

No esperaba ni mucho ni poco del show de BSR. Iba más al show con la intención de reencontrarme de nuevo con Gorham y Johnson que otra cosa. Pero salí satisfecho, con la sensación de haber visto a una gran banda, no una reunión de músicos llevados a un nombre común por las circunstancias. Veremos qué les depara el futuro más inmediato. Estaremos atentos.

 

TEXTO: SERGIO MARTOS

FOTOS: ALBERTO BELMONTE

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