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Havalina, Sidecar, Barcelona

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Muriel está mirando la pantalla de la primera planta de Sidecar. Acaba de abrir la boca. Señala la pantalla y me pregunta: “No serán como estos, ¿no?”. En la pantalla, Buzz Osborne se caga en los muertos de alguien. Le digo que no, que Havalina es otra cosa, y que el tío de la pantalla dijo que gran parte del documental de Kurt Cobain era mentira. Muriel le enseña a Buzz Osborne el dedo corazón de su mano derecha y baja la mirada. Está perdida. Le pasé una canción de Havalina y ni siquiera la escuchó. Ahora, como demostrando que es periodista cultural, intenta encontrar las claves de a qué suena Havalina en el vestuario y las conversaciones de la gente de la cola. No tiene ni idea. Dice que no encuentra un patrón. Yo me río y le digo que Havalina gusta a los tristes-y-oscuros-con-un-lado-intenso. Pero tiene razón: ¿dónde están Havalina? Demasiado pop para los metaleros, demasiado intensos para los poperos, demasiado directos para los progs y demasiado tristes para los psicodélicos. Supongo que la banda de Manuel Cabezalí ha encontrado su personalidad a partir de no estar en ningún sitio. Su último disco se llama Islas de cemento, pienso. Y todo cuadra. Me meso la barba y asiento y resulta que el portero lleva cinco segundos diciéndome que pague o diga mi nombre o enseñe una entrada o me vaya a tomar por culo.

A los diez minutos, Manuel Cabezalí (cantante y guitarrista), Jaime Olmedo (bajista) y Javier Couceiro (batería) aparecen en el escenario y sonríen con timidez. Manuel Cabezalí es un tío raro: mitad Stephen Malkmus mitad Edgar Allan Poe, alto, desgarbado, calvo-pero-no, reivindica a los Jicks antes que a Pavement. Si alguna vez hubiera existido un dios y ese dios hubiese diseñado unas manos perfectas para tocar una guitarra, serían las de Cabezalí: finas, huesudas, dedos largos como colas del paro. Muriel dice: “Ah, pues molan”. Claro que molan, joder. Suena Cristales rotos sobre el asfalto mojado. Cabezalí ha pisado mil botones y su guitarra suena como quince guitarras. Deja de ser uno de nosotros y levita. Al principio salta, pero después levita.

 

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A dos metros de mí tengo a unas ocho o nueve chicas. Muriel dice que bailan como Mia Wallace. Se las saben todas. No sé si suspiran por Cabezalí, pero Havalina se está convirtiendo en la banda minoritaria más mayoritaria de este país. Y hay algo de justicia en ello: suenan demoledores y sutiles al mismo tiempo. Extenúan y luego te ponen el hombro para que llores un poco. A veces sus discos son algo repetitivos y caen en algunos automatismos, pero su propuesta es muy solvente. En directo, Olmedo y Couceiro son los escuderos perfectos para que Cabezalí toque mil botones y sonría con timidez y luego salte y grite y sude como un cerdo y se le formen en la cabeza esos cuernos que Angus Young se hace con los dedos.

Suena Incursiones. Las cabezas se nos van hacia adelante y hay muchos ¡EEEEEEEEEEH!. Lo que te acabo de decir: hace nada estaba mirándome las zapatillas, melancólico, y ahora tengo al lado a diez tíos gritando como si esto fuera una convención en la que se concluye que la música surgió follando. Los conciertos de Havalina me recuerdan que somos animales que piensan y sienten, sí, pero animales.

Muriel abre la boca y se mete los dedos índice y corazón de la mano derecha en la boca, como para pegarse un tiro. El concierto se le está haciendo largo. Es curioso que haga ese gesto cuando suena Mamut, tan Nirvana. Entonces recuerdo que hoy he escuchado la versión que Cobain hizo de And I love her y que he pensado que suena a VOY A PEGARME UN TIRO YA y también me acuerdo de lo de Buzz Osborne diciendo que todo aquello de los dolores de barriga era mentira y pienso que, hombre, algo de verdad habría. Si no, sería imposible que las bandas que existen gracias a ellos sonaran tan sinceras.

Texto: Santini Rose

Fotos: www.indiescretos.com

One Comment

  1. Damian Gonzalez

    ¡Ese no es Javier Couceiro! ¡A ver si nos informamos un poquito de la banda antes de publicar!

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