No es que las canas estén ligadas por una necesidad imperiosa a la experiencia, pero hay cosas por las que parece que ha pasado una eternidad y permanecen casi iguales. Por norma los oídos ávidos de curiosidad repasan la discografía de hermanos, primos y amigos mayores para –algún día– encontrar un legado. Un patrimonio que debe estar vivo por aquello de lo orgánico. De ahí el desarrollo de una actitud diletante –que mira por encima del hombro en un auténtico marasmo de actitud y correcciones forzosas– o del simple disfrute trivial que roza en la superficie pero que esconde realidades más profundas. Los Diamond Dogs pueden ser el mejor grupo iniciático, lo tienen todo para apelar al trago rasposo y atemperado, precisamente con un patrimonio que no inventan pero que hacen suyo. Aunque casi nadie se libra del refrito en hacerlo propio está aquello que detona despacio.
Pero hablar de la maquinaria capitaneada por Sulo Karlsson y Henrik “Duke of Honk” Widen como un mero pastiche sería un modo injusto de enfocarlo. Como exponentes en activo de la escena sueca que tanto brilló a finales de los noventa y en la primera década del siglo XXI conjugan con tino las hechuras del grupo de estadio con la rabia del garito –prueba de ello es la creación de The Crunch por parte de Sulo con afamados numerarios de la escena punk británica–. Una hibridación cuyo recorrido en el tiempo no carece de auténticos pildorazos esculpidos a pulso. Con la gira Stop Barking Up The Wrong Tree! los nórdicos se han acercado a España para presentar su nuevo álbum Quitters and Complainers y además rendir homenaje al desaparecido saxofonista Magic Gunnarson. Probablemente un nuevo trabajo que recicla buena parte de lo que la banda ha sido hasta ahora pero con una pátina sentimental que se hizo presente en el concierto que ofrecieron en la Sala Sol de Madrid.
Los Diamond Dogs hicieron su irrupción en el semicírculo de la Sol con una sala –si bien por momentos parecía que no iba a despegar– que ya empezaba a carburar. El engrasado riff de Stop Barking Up the Wrong Tree dio comienzo a la noche. Después, la ilustre Goodbye, Miss Jill que daría paso a ese clásico, tan lejano en el tiempo como efectivo, llamado Honked!, selecta tonada que aportaría el momento más primigenio de la noche. Tras Charity Song el sentido homenaje a Gunnarson con Black Ribbons (For Magic). La impronta Nueva Orleans de Silver Star Delight –que sirvió para coquetear con Not Fade Away–, una de las piezas más deleitables de su última larga duración, puso uno de los instantes más bailones de la noche, aunque a mover las piernas apelaría Sulo durante toda la velada. Con Broken aparecía el Sulo más crooner, incansable repartía guiños entre las primeras filas y sabía camelar al personal sin esfuerzo aparente. Todo se volvió más crudo con ese imponente rock and roll llamado Off the Record, al acabar dio pie a una pequeña jam mientras Sulo iba a buscar algunos atavíos de repuesto. La vuelta del frontman al escenario suponía la llegada de ese himno titulado Every Little Crack. La locura llegó con la versión de esa especie de calipso de Bo Diddley llamado Pills reconvertida en una rola al estilo Faces. Celebrada también fue On the Sunny Side Again. Antes de los bises algunas gargantas se desgañitaban con Desperate Poetry o Lay Me Down on Solid Ground.
Para el final se dejarían algunas de las tonadas más emotivas de la noche como ese Somebody Elses Lord, Sad to Say I’m Sorry o el Bring It on Home to Me de Sam Cooke.
Una buena forma de reencontrarse con estos suecos que otrora albergasen grandes nombres de la escena escandinava entre sus formaciones y que con oficio siempre cumplen –pese a los riesgos de lo fórmula y las canciones dejadas en el tintero– calentando los gaznates de propios y ajenos.
Texto y foto: Alex Jiménez