Vaya energía, señores. Nada que ver con el Smyth en solitario que vi hace cosa de dos años. No digo que el de entonces fuera flojo, sólo muy diferente. El local ya se antojaba pequeño, pero cuando la gente empezó a entrar, se confirmó. La zona del público parecía una lata de sardinas y no exagero. De todas formas, los chavales se marcaron un señor bolo de dos horas. Sin incluir a Mick Honeyboy, el telonero que la ocasión requería para ir calentando motores. Total, valió la pena estar casi tres horas allí metidos, por mucho que sudásemos la gota gorda. Smyth nos deleitó con esa voz suya que se pasea entre la melancolía y el bourbon, llegando hasta tus tuétanos y dejándote traspuesto. Con sus momentos en solitario, pude volver a disfrutar del silencio plácido, cómodo, que inunda al público cuando lo escucha cantar. En otra vida debió ser predicador. ¿Y qué decir de The Outlaws? Brutales. ¿Recodáis el Peta Zetas? Pues algo así son esta pareja. El batería, chiquitito pero matón, descargó cantidades ingentes de adrenalina entre risas y tragos de cerveza. Y el bajista, otro tanto. Cuando se subió a la barra, estilo El Bar Coyote pero sin moñadas, demostró que aún pareciendo el más calladito de todos, podía dejarnos ojipláticos en un santiamén. Efervescentes y explosivos, este power trío combinó profundidad, acción y sudor en dosis exactas, ofreciéndonos un espectáculo acojonante.
Texto: Maria Gateu
Fotos: Xavier Trilla